Locos por Catalina
El pasado mes de octubre se calculó que la industria de la moda estadounidense había crecido en más de dos millones de dólares gracias a Michelle Obama. La primera dama dio a conocer a diseñadores noveles como Jason Wu, que diseñó el traje de fiesta que lucía en la investidura de su marido, Barack Obama.
Catalina, duquesa de Cambridge, está teniendo un efecto similar en la moda británica. A pesar de que su valor para la economía del país todavía no se ha cuantificado, Harold Tillman, presidente del British Fashion Council (Consejo Británico de la Moda), le augura "un gran impacto en la industria de la moda británica". En cuanto a la economía, al margen de la moda, la oficina de turismo Visit Britain calcula que el bombo que se dio a la boda Real en todo el mundo terminará por atraer cuatro millones de visitantes y 2.000 millones de libras.
"Sabe lo que le sienta bien y no se pone algo solo porque esté de moda", dice la diseñadora Daniella Heyalel
El espíritu ahorrador británico se refleja en el hecho de que la duquesa recicla sus conjuntos con frecuencia
Solo con el vestido de novia de la duquesa, diseñado por Sarah Burton para Alexander McQueen, se atrajo a 600.000 personas a una exposición especial en el palacio de Buckingham. Sin ir más lejos, Londres ya registró un aumento del gasto. Durante el fin de semana de la boda, el pasado abril, se gastaron 107 millones de libras en el centro de la ciudad, según la consultora PwC.
La duquesa no solo tiene la capacidad de influir en la economía británica en plena recesión, sino que representa los gustos y los patrones de gasto (en materia de vestuario) de una generación cada vez más numerosa de mujeres profesionales de entre veintitantos y treinta y tantos años. Y lo hace decantándose por las compras (también a través de Internet) de ropa de confección selecta, discreta y poco dolorosa para el bolsillo. Unos días antes de su boda, en vez de encerrarse en el salón de un modisto fue vista comprando en King's Road, donde tienen tiendas Zara y Gap.
Una abogada en prácticas de 26 años que estudió con la duquesa en el exclusivo internado Marlborough College, en la campiña de Wiltshire, comenta que "tiene ese aire acicalado de niña de escuela privada". Siempre parecía, y parece, elegante y refinada.
"Con Kate es cuestión de estilo, no de moda", remacha su compañera de estudios. Y esa es la idea primordial a la que se ha aferrado la prensa británica en su retrato de la duquesa, de 29 años. El estilo, en este caso, es accesible y está al margen del precio o de la talla, algo que Catalina fomenta al vestirse con prendas de siempre, sencillas y de marcas comerciales. El hecho de que sus vestidos acostumbren a tener un precio razonable hace pensar que Catalina está enviando un mensaje. Se mantiene fiel a sus orígenes de clase media (con frecuencia se recuerda que su madre era asistente de vuelo) y se paga sus gastos (hasta hace poco trabajaba para el minorista Jigsaw). Esta comanda sutil no escapa a la opinión pública británica, a la que preocupa qué cantidad de sus impuestos va a parar a sufragar los gastos de la monarquía en un periodo de recesión.
Se transmite una sensación general de que su estilo es apto para todos los bolsillos. La prueba de ello está en las cifras de ventas que Catalina está ayudando a conseguir a las firmas británicas, ya sean jóvenes diseñadores independientes o grandes cadenas.
El vestido Shola que llevaba en la visita de Barack y Michelle Obama costaba 175 libras y se agotó en las tiendas de Reiss de todo el país. Cuando Reiss volvió a poner en venta el vestido blanco que Catalina llevaba para su foto oficial de compromiso se vendieron a razón de uno por minuto. Para una marca que estaba luchando en el mercado medio (no es lo bastante barata para competir con H&M, pero tampoco lo suficientemente cara como para atraer a las clientas de Gucci), la elección de los conjuntos de la duquesa ha salvado el negocio. Andy Rogers, director de la firma, no quiere dar cifras, pero señala que "se ha apreciado un aumento global significativo en cuanto a interés y conocimiento de la marca".
Y no son solo las cadenas comerciales las que se han beneficiado, sino todo tipo de diseñadores británicos. Cuando la duquesa eligió un vestido de seda azul de la marca londinense Issa para anunciar su compromiso, el modelo se agotó en la web Net-a-Porter y las ventas de precolección de la firma en la temporada otoño-invierno de 2011 crecieron un 45% respecto al año anterior.
El espíritu ahorrador británico no solo se ve reflejado en el hecho de que Catalina no siempre lleve ropa cara, sino en que recicla muchos de sus conjuntos. Y lo hace a pesar de estar en una cultura que critica a los personajes públicos que aparecen con el mismo atuendo más de una vez. Hace unos meses asistió a la boda de un amigo, el jockey Sam Waley-Cohen, que contraía matrimonio con Annabel Ballin, con el mismo vestido blanco y negro de lunares con el que fue a un club nocturno hace cuatro años.
Cuando no intenta dejar claro lo elegante que puede resultar vestir a buen precio, la duquesa utiliza su atuendo como una herramienta diplomática. Durante su primera gira por Canadá con el príncipe Guillermo llevó en la maleta varios vestidos del diseñador Erdem, nacido en Montreal y afincado en Londres, entre ellos, un sofisticado vestido de color azul con detalles de encaje en los hombros. Esto, dice Leisa Barnett, editora de moda de la edición británica de Glamour.com, "demuestra que no solo busca lo que resulta apropiado para la ocasión y le sienta bien, sino lo que podría ser una llave política para la economía, las relaciones internacionales y para dar a la gente con talento un empujoncito más que necesario. Es algo que Michelle Obama hace especialmente bien en Estados Unidos". El hecho de que el vestido de la duquesa fuese de la colección Resort de Erdem para 2012, probablemente una muestra, teniendo en cuenta la fecha en que lo vistió, supone que todavía no tenía un precio de venta al público y, por tanto, ponía a la duquesa a salvo de que se le reproche que gasta demasiado dinero en una prenda que puede llegar a costar hasta 1.500 libras (lo cual, de todos modos, sigue siendo una cantidad más discreta que los trajes que Carla Bruni se hace a medida). Un sombrero rojo con forma de hoja de arce de los sombrereros ingleses Lock constituyó otro guiño para expresar reconocimiento tanto a británicos como a canadienses.
En las pocas ocasiones en las que la duquesa deja de lado la ropa corriente para ponerse prendas de las grandes casas de moda, opta por modelos discretos. O, como señala Laura Craik, redactora de moda de The Times: "Kate consigue a veces que incluso los diseñadores británicos más atrevidos parezcan unos sosainas".
Sin embargo, la diseñadora de Issa, la británica de origen brasileño Daniella Heyalel, ve en ello la fuerza personal y la actitud profesional de Kate: "Tiene un fuerte sentido del estilo personal", explica. "Sabe lo que le sienta mejor y no se pone algo solo porque esté de moda. Es una joven muy elegante y siempre resulta natural y perfectamente vestida para cualquier época u ocasión, una belleza clásica". Incluso los vanguardistas trajes drapeados del diseñador Roksanda Ilincic, con sede en Londres, resultaban, a decir de este, "impecables y hermosos" cuando Catalina se puso uno en Estados Unidos. Para Ilincic, importa más el hecho de que la duquesa esté sirviendo de escaparate de los jóvenes diseñadores al hacer que la gente se fije en su nombre, que las declaraciones que pudiera hacer en relación a la moda: "Fue un honor que eligiera representar a la industria británica con mi vestido la primera vez que visitó Estados Unidos. Es una magnífica embajadora de la moda".
Sin embargo, que Mouret se sienta "halagado", como ha confesado, e Ilincic, "honrado" porque Catalina lleve sus vestidos, independientemente de que la estética de ella sea insulsa, refleja el orgullo que la duquesa está devolviendo a la moda inglesa. Volvió a poner en el candelero la marca de Alexander McQueen, después de la muerte prematura del diseñador, al elegir esta firma para su vestido de novia, diseñado por Sarah Burton, y está dando un impulso más que necesario al ego (y al bolsillo) de un sector que anda lamiéndose las heridas económicas en plena recesión.
Agata Belcen, redactora de la vanguardista revista de moda Another, se muestra más reacia a considerar a Catalina un faro de la moda británica. "Esperar que ella sea una representante de la industria británica de la moda", dice, "es mezclar erróneamente el hecho de que ella sea una representante del Reino Unido con el hecho de que se vista con ropa de diseñadores británicos". Belcen concluye que "se viste de forma conservadora y su estilo no es muy moderno". El diseñador británico Giles Deacon ha dicho que le gustaría ver a la duquesa con un "vestido impactante", e incluso su antigua compañera de clase apunta: "Su aspecto es bastante sobrio a veces. Me gustaría verla con un aire más juvenil y atrevido, algo que Diana logró y en lo que Michelle Obama destaca".
Emma Elwick, editora del Vogue británico, añade que la duquesa tiene "una fórmula de vestidos muy favorecedores, a la altura de la rodilla, combinados con zapatos de salón anónimos y un bolso de mano... Esperemos ver un poco más de iniciativa en su estilo en el futuro".
Pero Barnett apunta sobre todo al hecho de que, a pesar de que "la imagen de Catalina no es lanzada, sí resulta accesible, y tiene el don de mezclar las prendas de diseño con las comerciales, algo sumamente importante para hacer las cosas bien hoy en día". Representa a un tipo de mujer británica, pero parece poco realista esperar que, además de ensalzarla, encarne la creatividad única de la escena de la moda de Londres.
Es más, Belcen señala que, a pesar de que determinadas personas tienen muchas ganas de que Middleton se torne más audaz en el vestir, no todas las princesas tienen por qué seguir la moda. "Como es guapa, queremos convertirla en un icono del estilo", explica Belcen, "pero yo preferiría que no se sintiera incómoda consigo misma por eso. Preferiría verla lucirse como deportista, si eso es lo que ella prefiere".
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