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Reportaje:

A la caza del barroco más teatral

El influyente director de escena italiano Pier Luigi Pizzi muestra en la Academia de San Fernando su colección personal de joyas del 'seicento'

Jesús Ruiz Mantilla

Dormir con el fantasma de Tiziano en el cogote debe de imprimir cierto carácter. Así le ocurre a Pier Luigi Pizzi (Milán, 1930), director escénico de fama mundial y amante del arte con una característica destacable: vive en Venecia, pero no en una casa cualquiera, sino en el palacio que fuera taller del artista italiano que, en su opinión, "reinventó el color".

La sombra de Tiziano debe resultar tan vigilante y pesada que Pizzi, aparte de su trabajo teatral, ha encomendado su vida a coleccionar arte. "Pero no de manera ecléctica, sino centrándome en una época y unos temas concretos", aseguraba esta semana en Madrid. El barroco teatral podría ser su leitmotiv. Y así es como durante 20 años Pizzi ha ido reuniendo una colección insólita que puede verse desde hoy en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, gracias a la colaboración del Instituto Italiano de Cultura.

"En mis gustos predominan los temas crueles, lo reconozco"
"Aquella época tiene mucho que ver con la posmodernidad, pero con un rigor"

De allí cuelgan esas figuras carnales y sufrientes de maestros como Luca Giordano, José de Ribera, Giuseppe Maria Crespi, Guercino, Cecco del Caravaggio, Guido Reni... Artistas consagrados a la exageración y el dramatismo barroco, al exceso solo medido y limitado por la geometría de la luz y de las sombras. Pero antes de centrar todo su discurso coleccionista en los cuerpos, la expresión y los rostros, Pizzi quiso ejercer un paralelismo curioso con su trabajo. "Comencé comprando figuras humanas, después espacios arquitectónicos y también bodegones". Es decir, los tres elementos cruciales para que funcione una obra de teatro: el escenario, el decorado y el intérprete.

Su primer cuadro, "quizás el más querido", se centra en la figura de un niño inclinado y pintado en el taller de Caravaggio por uno de sus aprendices y amantes: Francesco Boneri, conocido como Cecco del Caravaggio. "Quién sabe, algunos expertos dicen que podría haber plantado su mano ahí", comenta Pizzi. Si no su mano, lo que aquel pintor golfo, pendenciero y descomunal ha plantado después en toda la colección de este hombre es su carnal impronta.

Poco después, Pizzi desechó los bodegones y los espacios construidos para entregarse a la mística del dolor y el dramatismo de los cuerpos, a los mitos del martirio, la tragedia y el drama. A obsesionarse con la figura de Cristo, san Sebastián, santa Águeda, María Magdalena... Leyendas bíblicas y mitos grecolatinos. "Con sus caras entregadas al tormento y al éxtasis, con sus gestos inexplicables y ensimismados en el sacrificio", comenta Pizzi.

En un espacio cuadriculado sobre fondo rojo, van brotando sobre las paredes de la Academia de San Fernando personajes que se mueven entre lo sagrado y lo profano. David y Goliat, Ícaro, Endimión y Dionisio, el ángel exterminador o un inquietante Cristo de Piazzetta...

Y en un pasillo más oscuro, velan sus martirios: los san Sebastián, santa Inés y santa Ágata, con sus pechos cortados, o la Magdalena: "Son temas crueles, lo reconozco".

Pero conforman un código gestual propio del barroco, un carácter, una posición ante el mundo que él conoce a la perfección aunque solo sea por haberse adentrado en óperas de la época, con títulos de Haendel y Monteverdi, sobre todo, cuya trilogía operística ha escenificado durante las tres últimas temporadas en el Teatro Real. "Son cuadros que uno colecciona porque resultan raros, pero que muy pocos colocarían en el comedor. A nadie le gusta contemplar a diario la representación del dolor y del sufrimiento".

El barroco como camino de iniciación, condena y salvación. "El barroco es esa época en la que el sentido de la libertad se expande, se rompe el límite del clasicismo, parte de ahí, pero lo amplía hasta sus últimas fronteras", cree Pizzi, que se formó en el Piccolo Teatro de Milano, junto a Giorgio Strehler. "Él era más clásico y neoclásico que barroco", apunta sobre su maestro.

En aquellos tiempos previos a la ilustración, Pizzi traza varios paralelismos con la época actual. "En su mezcla, en su exceso, es muy similar a la posmodernidad, pero con la diferencia de que conserva un rigor. Para mí ha supuesto siempre un desafío y una provocación a mi talento", comenta.

Aunque principalmente, para Pizzi, el hallazgo de todos esos cuadros que le acompañan en vida, colgados de los salones de siete metros que componen su casa, ha sido ley de vida: "Si la colección tiene esa coherencia, creo que es porque la he hecho en la edad madura. En esa época, a partir de los 60 años, yo tenía un sentido, una claridad. Se sufre, se sigue sufriendo, pero lo importante es transformar el dolor en algo positivo, sacar ventaja de los desengaños. Y esto, solo lo da la madurez".

Pier Luigi Pizzi, en una sala de la Academia de San Fernando.
Pier Luigi Pizzi, en una sala de la Academia de San Fernando.S. SÁNCHEZ
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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.
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