Sálvese usted mismo

Moralista mordaz, Eduardo de Filippo escribió este teorema sobre las dos caras de la caridad para demostrar que las ayudas altruistas suelen esconder intereses. Su protagonista, una familia que mantuvo en su casa 30 años a un hombre sin oficio, se ve desarbolada a la muerte de este por la irrupción de Ludovico, ignorado hijo suyo que pretende ocupar su puesto en la mesa.
Sin que su traductor haya cambiado palabra, donde De Filippo dice caridad entendemos hoy solidaridad. En Yo, el heredero (1942) hay ecos actuales múltiples: por encima de la crítica a quienes con una mano devuelven parte de lo que distraen con la otra, resuena ahora el cinismo con que Ludovico reprocha a sus protectores la ayuda prestada a su padre: "Le han convertido en un parásito". De haberlo abandonado a su suerte, viene a decirles, se hubiera visto obligado a aguzar su ingenio y habría amasado una fortuna. Olvidad a los pobres y lanzaos al negocio, es, resumido, el discurso neoliberal avant-la-lettre que el pirandelliano protagonista quiere imponer, sin aplicárselo.
YO, EL HEREDERO
Autor: Eduardo de Filippo.
Traducción: Juan C. Plaza-Asperilla.
Dirección: Francesco Saponaro.
Teatro María Guerrero. Madrid.
Hasta al 23 de octubre.
Ernesto Alterio hace de este raisonneur tartufo una marejada: sus interlocutores nunca saben si va a abrazarles o a golpearlos, si está a punto de sentarse o de echar a correr. Hay una tensión elocuente entre su fragilidad y su dominio de la situación. El montaje de Francesco Saponaro está bien servido por un reparto cuyo segundo eje es José Manuel Seda. Lástima que De Filippo cierre la comedia como quien corre prudente a cerrar las muchas puertas abiertas minutos antes, al comprobar la corriente que se levantó.
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