El sueño de la Luna
Es uno de los pocos objetos sobre los que resulta más fácil hacer poesía que ciencia. La Luna, imbricada en lo más hondo de la cultura humana desde la misma noche de los tiempos, deidad antigua y universal de los ritmos y las cadencias, medida del tiempo y luz de los enamorados. Pero lo cierto es que sin ella la historia de la ciencia también habría sido completamente distinta. Fue la comparación de la órbita de la Luna con la forma en que los objetos caen a tierra -la famosa anécdota de la manzana- la que permitió a Newton descubrir que detrás de ambos estaba la misma fuerza, la gravedad. El simple hecho de que esta fuerza atractiva mengüe con el cuadrado de la distancia explicó de un plumazo la órbita de la Luna, el comportamiento de los objetos en tierra firme y los misteriosos movimientos de los planetas en el cielo del ocaso, que habían desconcertado a cientos de generaciones de astrónomos y navegantes: la gran unificación que fundó la física moderna, y con ella la revolución científica en su conjunto. La primera novela sobre un viaje a la Luna no fue la que publicó Verne, sino la que dos siglos antes escondió Kepler, otro de los padres de la revolución científica. Se llamaba Somnium, o El sueño de la Luna, y acabó causando que encarcelaran a su madre por bruja. Eran otros tiempos.
Pero aún seguimos en ese viaje. La NASA acaba de enviar a la Luna la misión Grail (Gravity Recovery and Interior Laboratory), formada por dos naves automáticas gemelas que trazarán el mapa gravitatorio más preciso que se ha hecho hasta ahora del satélite. Las dos naves han despegado juntas en la punta de un cohete, pero después se separarán y harán la mayor parte del viaje en paralelo. Llegarán a la Luna con un día de diferencia, justo en el próximo cambio de año, y orbitarán separadas por una distancia que se alargará o reducirá debido a los ligeros cambios de gravedad cuando sobrevuelen zonas lunares de distinta densidad.
A diferencia de lo que ocurría con las misiones Apolo de los años sesenta y setenta, las Grail no van tripuladas, y ni siquiera se posarán en suelo lunar. Pero sus datos serán de gran utilidad cuando, algún día, los poetas tengan que viajar allí. Esperemos que no por vía de urgencia.
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