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CON GUANTES
Columna
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Dos bandos

Recientemente recibí la llamada de una prestigiosa revista alemana que me proponía escribir un texto acerca de los enfrentamientos entre los jóvenes cristianos y los jóvenes indignados durante la visita del Papa a Madrid. Bueno, no era exactamente eso; se trataba, según la editora que amablemente me contactó, de partir de ese asunto para tratar de explicar a los lectores alemanes el alcance del Movimiento 15-M y la división en dos actitudes, en apariencia antagónicas, de la juventud española. Me disculpé lo mejor que supe para no tener que cumplir con dicho encargo, aludiendo a la falta de tiempo y a mi previa implicación en otros compromisos, lo cual era cierto a medias. La verdad, y no me quedó otro remedio que reconocerlo a solas y una vez colgado el teléfono, es que no tenía absolutamente nada que opinar ni que decir al respecto. Y no por falta de interés, pues como cualquier hijo de vecino he seguido las noticias de estas concentraciones de indignados y también desde mi exilio veraniego las notas publicadas en la prensa nacional y extranjera sobre la visita de Su Santidad y la masiva concentración de jóvenes cristianos, así como las distintas reacciones por parte de otros colegas columnistas ante uno y otro asunto. Pero el haber atendido puntualmente al desarrollo de ambos acontecimientos no me ha permitido, y reconozco aquí mi torpeza, sacar nada en claro, ni establecer los parámetros mínimos para enmarcar nada parecido siquiera a una opinión con la cual presentarme ante los lectores, sean estos alemanes, españoles o lituanos. Lo cual me ha servido en cambio para aclararme a mí mismo un par de cosas.

"¿Podrá este país asistir a una noticia sin que nos recen un cura y un marxista?"

La primera es que no tengo ningún contacto con eso que se da en llamar el sentir de la calle, y menos aún con aquello otro para lo que los amables redactores alemanes me requerían, algo que podríamos denominar el sentir de la juventud española. Me consta que alguien, muchos, están indignados, pues así lo manifiestan, y que otros tantos encuentran en Dios motivos para la esperanza y el consuelo, pues así nos lo hicieron saber con su entusiasmo frente a Benedicto XVI, pero no encuentro en la confluencia de ambos sectores juveniles ni el tejido de una paradoja, ni los mimbres de un enfrentamiento. Más bien podría hablarse de cierta disparidad evidente y me atrevería a decir que saludable entre ciudadanos por lo demás igualados en derechos y obligaciones, e igualmente sensibles al motor de sus decepciones y aspiraciones.

Sí que me ha sorprendido, aunque no debería, pues es algo habitual, el distinto tratamiento que se ha otorgado a estos supuestos dos bandos de jóvenes según el medio al que uno se acercara. Una vez más las dos Españas. Si en unas cabeceras los laicos indignados aparecen adornados siempre con un aroma heroico y nostálgicamente revolucionario, en las cabeceras opuestas se les pinta de vándalos, vagos y radicales, o como mucho y tirando de paternalismo, de inanes. Lo mismo sucede con el tropel de cristianos, pero a la inversa; en los medios progres no representan otra cosa que la continuación de la charada vaticana, y poco o ningún respeto se muestra hacia sus creencias más profundas, mientras que en la otra orilla representan lo mejor de una juventud no abducida por los virus del consumismo, el sexo o las drogas.

Sin haber pasado por la Puerta del Sol, ni siquiera de visita, desde que empezaron las lícitas e indignadas concentraciones, ni haber participado en la también lícita demostración de fervor religioso, presumo, así desde lejos, que algo más o algo menos debe de haber en todo este asunto y me fatigo al observar cómo en este país siempre y todo se divide en dos nada más nacer, y cómo una y otra vez nos condenamos a partir a cada niño en dos con una espada para descubrir a la madre verdadera. Y me pregunto si algún día se podrá asistir a una noticia, la que sea, sin que nos recen un cura de pueblo y un marxista de pega, simultáneamente, dos salmos diferentes, pero sospechosamente parecidos en su trivialidad, uno en cada oreja.

Bien es cierto que tenemos una oreja a la izquierda y otra a la derecha, pero no lo es menos que ese cerebro que tan a menudo se desprecia está justo en medio.

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