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Reportaje:PERSONAJE

Farruquito y su misterio

Jesús Ruiz Mantilla

Maduro, templao, serio, el bailaor que asombró a los expertos y a Broadway con 19 años, cuando fue considerado el mejor artista que había pisado la Gran Manzana en 2001, va recuperando un sitio perdido en los escenarios hace tiempo cuando tuvo que pagar por haber salido huyendo de un atropello temerario en el que no dio asistencia a la víctima, Benjamín Olalla. "No quiero hablar de eso más. Nunca más. Por respeto a su familia", avisa.

Sin embargo en cada frase que pronuncia, a Farruquito se le adivina la sombra de una serena redención. El paso de 14 meses por la cárcel; el peso de haber fallado a los suyos, al clan que gobierna desde que tenía 15 años, a sus admiradores tan rendidos como tempranos, le ha catapultado. Farruquito tiene suerte. Vuelve a empezar cuando todo el mundo ha llegado, ha claudicado o se ha conformado con su destino. Es consciente de que cuenta con otra oportunidad. A Farruquito le gustan las cosas típicas: "Los barrios en donde las señoras se sientan en las puertas de las casas a pasar la tarde y donde los vecinos piden sal". Quizá por eso ensaya a fondo estos días en un garaje sevillano pegado a un taller donde solo reparan Seat 600. Del otro local los echaron. "Por el ruido". Uno no logra comprenderlo bien hasta que comienza el taconeo de precalentamiento, el bombardeo de las puntas y las suelas sobre la madera.

"No quiero hablar de eso más. Nunca más. Por respeto a la familia de Benjamín Olalla", avisa
"Quiero ser niño, quiero ser joven. Trabajar duro, pero montar en bicicleta con mis amigos y no olvidar la fiesta"

Ahí prepara a fondo Baile flamenco, una especie de Grandes éxitos recuperados de todos sus espectáculos anteriores: desde Raíces flamencas, que concibió y estrenó cuando tenía 15 años, hasta Alma vieja, que curiosamente creó cuando era veinteañero. En este último, Farruquito dejaba sentir toda esa vida adulta que ha tenido que asumir por él y por los suyos, con sus glorias, sus derrotas y sus errores. Pero si algo ha aprendido en los últimos viajes es a rejuvenecer. "Quiero ser niño, quiero ser joven", proclama ahora. "Trabajar duro, pero montar en bicicleta con mis amigos y no olvidar la fiesta".

Farruquito desea recuperar el tiempo perdido. La frescura de un chaval al que no le dejaron ser, cierta inocencia libre de responsabilidades. Si aquel día huyó y terminó pagándolo en la cárcel, fue porque esa madurez que se le suponía para mantener casa, familia y compañía, en el fondo, le faltaba para otras reglas de la vida. Del éxito y la aclamación universal pasó a aprender nuevos oficios en los talleres de internos. Nadie sabe si esos días bailó...

La marca, el destino, le han señalado en la vida y en el arte. Consciente de ser un superdotado, exigido hasta la extenuación para demostrarlo pronto por su abuelo El Farruco y su madre, Rosario Montoya, La Farruca, todavía activa, el chico que fue príncipe, mesías de la pureza del baile cuando todo en ese ámbito se resquebrajaba con concesiones, dejó de golpe de ser niño. Quedó muy huérfano. Primero sin el soplo sabio de su abuelo, que murió cuando él apenas tenía 15 años, y después sin la protección de su padre, Juan Fernández Flores, El Moreno, que se le quedó de un infarto en los brazos cuando actuaban en Buenos Aires.

Por eso y por otras muchas cosas, Farruquito dejó de golpe de saborear su adolescencia. Dejó de golpe cierta alegría en el camino. Ahora le da pena y quiere recuperarla y transmitirla, como admitía en agosto en el Festival de La Unión. Por eso se esfuerza en aprovechar lo que apartó de lado, las cosas que se le cayeron y ahora está empeñado en volver a recoger.

Farruquito está aprendiendo inglés. Le gustaría vivir un tiempo en Nueva York. "Pero me da coraje no entenderme con la gente", dice. Como le pasó el día en que Richard Avedon le llamó para retratarlo allí. Le había visto bailar la noche antes y no pudo resistirse a inmortalizarlo. Menos mal que en la sesión sonaba un disco de Vicente Amigo. "Fue increíble, me hizo aquella foto al compás. Aquel hombre tenía los ojos más redondos y abiertos que he visto en mi vida. No miraba por la cámara. Me hizo la foto con esos ojazos, redondos, fijándose en mí". Él no sabía quién era Avedon. Pero no le costó enterarse: "Mira por Internet", le dijeron. Y de golpe descubrió que el hombre que en su día había retratado a Marilyn Monroe o Humphrey Bogart acababa de elevarle a los olimpos del glamour. Fue el año en que la revista People lo incluyó entre los 50 hombres más guapos del mundo.

Nueva York está entre sus objetivos vitales. "Allí no hacen flamenco. Allí lo son, tanto como en Triana o la calle Sierpes. Cualquier día agarro la maleta y me largo". Por eso va avanzando con el idioma enganchado a series como Los Soprano. A veces se la traga en versión original. "Es complicada de entender, por eso me la pongo". Pero a su mujer no acaba de gustarle.

A Rosario Alcántara le gustan otras cosas. Como montar en bicicleta. De hecho, así fue como él se le declaró. "Se puso roja, encendía... Supe que me dijo que sí porque no me dijo que no". La conocía de niña, con 13 años. Del barrio. Pero pasó tiempo hasta que se declaró, con 17. "Quise que supiera que mis intenciones eran buenas". Rosario ahora es su raíz: "Yo soy como un cometa al aire, pero ella me tira del hilo y me baja al suelo". Le perdona que se retrase a la hora de salir cuando él es un enfermizo de la puntualidad porque a cada paso le tiene, como dice él, "las camisas bien perfumás y planchás". Luego las suda bailando. Porque hasta para un ensayo le gusta ponerse su prenda elegante. Pero cuando está metido en faena, busca sensaciones fuertes. Y no engañar: "Yo bailo como visto, a mí no me gusta disfrazarme ni para ensayar". Farruquito necesita sentir el pelo en la cara. Que le peguen las puntas en los carrillos y el cuello y que se le meta la melena por los ojos. Envolverse a sí mismo. Él no hace teatro; él baila. "Jamás interpreto". Busca la pureza, la esencia. Con eso cree firmemente que se acerca absolutamente a lo atemporal. No es amigo de edulcorar con mestizajes. "Mezclar no es innovar".

Flamenco es flamenco. "La gente tiene sed de pureza, de ver espectáculos desnudos. Ver bailar y ya. Tan solo un baile, una guitarra, una luz, un buen traje y un ay...". Para eso es necesario contar con mucha capacidad de atracción. "No debe uno estar pendiente de los flases. La parafernalia esconde al artista. Solo la utilizan quienes necesitan taparse".

En su búsqueda de la pureza se inspira en otros artistas alejados del flamenco. Por eso a Farruquito le gusta Michael Jackson. Quizá porque dentro de lo que él hacía existía una pureza muy honda también. Lo raro sería ver a Farruquito imitar a Jackson y viceversa. Y eso no quita para que a veces se arranque por las sendas de ese chico llegado de la luna. "Me sé los pases de Thriller de memoria", comenta. Para prueba, un póster que cuelga en el local. Pero no es lo único alejado de su mundo que le interesa. También iconos del blues, el jazz y el rock en los que encuentra su autenticidad: "En Aretha Franklin, Louis Armstrong, Ray Charles, Nat King Cole o Hendrix...". Pero también le gusta Mozart. Quizá porque en aquel espíritu indomable ve correr libremente al niño que no le dejaron ser. "Mozart era un genio que asombraba a los maestros de su época. El propio Salieri nunca pudo entender cómo aquel niñato tenía tanto talento. De ahí sacó su envidia. Le venía del asombro que le producía".

Para que no le ocurra lo mismo, Farruquito quiere ser sabio. Como su padre, como el abuelo. El problema es que ya no están. El Moreno se le murió demasiado pronto. "Era la persona más buena del mundo, para mí no había mayor orgullo que me dijeran: 'Ahí va el hijo de El Moreno. A todos atendía y daba su sitio: lo mismo a un borracho que a un marqués. Yo era algo que no entendía bien. Pero ahora sí". ¿Y del abuelo...? "Pues la persona más sabia que conocí: hay que hacer camisetas con sus frases".

Fue El Farruco quien le formó a su vera. Quien le obligó a decidirse: fútbol o baile. Eran incompatibles. Una cosa podía ocasionarle cualquier lesión que le impidiera perfeccionar la otra. Al niño le costó alejarse de los balones. Pero era más lógico que accediera al trono que dejaba libre su abuelo bien entrenado con su vara. Hoy le echa de menos. "Para que me hubiera servido a la hora de descifrar la maldad. Hay mucha en este mundo. Y yo soy todavía muy tonto".

A Farruquito le gusta luchar contra las maldiciones y los malos augurios tanto como aprender de los errores. Cree que el único modo de conseguirlo es aferrado a su gente y trabajando duro. "Estoy loco por mostrar lo que hago, porque la gente lo vea". Y porque vean a su madre: "Me da coraje que no se acuerden de ella; ahora, a sus años, baila con una maestría y una sabiduría mayor". Para él no hay como renacer y perpetuarse en el mismo seno, con idénticas raíces. No hay en la vida nada más preciado para el príncipe del baile que una segunda oportunidad.

'Baile flamenco', el nuevo espectáculo de Farruquito, se representará en Madrid los próximos días 15, 16 y 17.

En los ensayos. Un garaje sevillano le sirve ahora de estudio. Allí ensaya 'Baile flamenco', espectáculo formado por seis de las piezas que más le han gustado a lo largo de su carrera.
En los ensayos. Un garaje sevillano le sirve ahora de estudio. Allí ensaya 'Baile flamenco', espectáculo formado por seis de las piezas que más le han gustado a lo largo de su carrera.JORDI SOCÍAS
En estado puro. Juan Manuel Fernández Montoya, 'Farruquito', bailando en su espectáculo 'Farruquito puro' el pasado verano en Madrid.
En estado puro. Juan Manuel Fernández Montoya, 'Farruquito', bailando en su espectáculo 'Farruquito puro' el pasado verano en Madrid.KIKO HUESCA (EFE)

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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