"La tormenta puede ser mortal"
Nueva York paraliza por primera vez en su historia todo el transporte público ante la llegada del huracán - Peligro de inundaciones en Manhattan, Brooklyn y Queens
La inquietante calma que precede a las tormentas se masticaba ayer en las calles del sur de Manhattan mientras el huracán Irene se aproximaba a una ciudad cuyos ciudadanos se debatían entre el temor y el escepticismo.
A mediodía, con la estatua de la Libertad bajo un cielo encapotado presidiendo la bahía aún en paz y sin rastro del viento, el huracán había bajado de categoría 2 a 1 tras tocar tierra en Carolina del Norte, pero la orden de evacuación de 370.000 personas lanzada el viernes por el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, seguía en pie, aunque no todos los ciudadanos parecían estar dispuestos a seguirla. "Nosotros nos quedamos", concluía Yanira Perez tras discutir durante media hora con su hija en la puerta de su edificio, un bloque de 17 pisos en la urbanización de casas de protección oficial Alfred Smith Houses, situada a escasos metros del East River, frente al puente de Brooklyn. "Tenemos comida y agua, si la calle se inunda estaremos a salvo. ¡Vivimos en el último piso! Venga mamá, que todo esto es una exageración. ¡Yo no me quiero ir a un refugio!", argumentaba Erica para convencer a su madre y a su novio. "El huracán Katrina fue un desastre y ahora el alcalde y el Gobierno se mueren de miedo. Pero no va a pasar nada" decía Erica confiada.
El alcalde ha ordenado el desalojo de 370.000 personas
Ni siquiera tras el 11-S habían cerrado todas las tiendas de la ciudad
Ella no vivió las inundaciones que sufrió su vecina Aladín, de 70 años, en 1972, a causa del huracán Agnes. "Me pasé cuatro días atrapada en mi apartamento sin agua y sin luz por la subida de las aguas. Fue horrible y no quiero que me vuelva a ocurrir lo mismo", comentaba arrastrando un carrito de la compra con varias bolsas de plástico con sus pertenencias. Aladín no sabía si tomar uno de los autobuses escolares habilitados por el Ayuntamiento para ayudar a evacuar a las 1.900 familias de su urbanización, de ingresos muy bajos, o acercarse a pie hasta un refugio cercano situado en Chinatown. "Me da miedo que no tengan sitio", se lamentaba.
A primera hora de la mañana, en ese mismo refugio, Ernie, un camionero de Queens, se afanaba descargando dos contenedores con cajas de agua y comida (desde raviolis en lata a cereales y melocotones) mientras algunos vecinos, en su mayoría ancianos, acudían a instalarse. "Vivo al lado del río y después de dos días viendo las noticias estoy muerta de miedo, así que prefiero pasar la noche aquí", comentaba Ivette Riera, en silla de ruedas y acompañada por su perro.
Los refugios habilitados en los cinco barrios de Nueva York tienen capacidad para acoger a 71.000 personas, en su mayor parte gente como Aladín o la familia Perez, sin medios para alojarse en un hotel o sin transporte privado para salir de una ciudad que a mediodía clausuraba por primera vez en su historia todo el transporte público, es decir, trenes de cercanías, autobuses y 468 estaciones de metro, con sus más de 1.000 kilómetros de raíles subterráneos. "Lo más probable es que el lunes siga cerrado", anunció el alcalde en una rueda de prensa desde Coney Island, donde volvió a repetir a los ciudadanos la necesidad de evacuar las zonas con peligro de inundación (áreas costeras del sur de Manhattan, Brooklyn, Queens y Staten Island). "Esto es solo el principio. Esta tormenta puede ser mortal", dijo en referencia a Irene, que se acerca a Nueva York cargada de lluvia y vientos de 130 kilómetros por hora y que comenzarán a hacer estragos durante la noche del sábado al domingo. Pero el mayor temor siguen siendo las inundaciones por la subida del nivel del agua y en previsión de ellas -hay quien habla de olas de hasta siete metros de altura en las costas de Brooklyn y Manhattan- y para evitar daños mayores, la alcaldía ya ha anunciado que cortará la luz en el sur de la isla para que los cables no se dañen con el agua.
La imagen de la ciudad a medida que avanzaba el día se iba transformando según el barrio. En zonas pudientes de evacuación obligatoria, como Battery Park, los vecinos no dudaban en obedecer las órdenes del alcalde, pero podían darse el lujo de escapar del huracán en taxi y en limusinas, y de que los porteros de sus edificios, como Paul, responsable de una elegante construcción de apartamentos de cristal situada en la calle Chambers, se quedaran a pasar el fin de semana en el interior, "para evitar que nadie entre en el edificio".
Sacos de arena se apilaban a las puertas de los centros comerciales y de los edificios residenciales mientras transeúntes cargados de maletas se movían rápidos por las aceras.
Y mientras el servicio de seguridad de parques cerraba los accesos a Battery Park, en Central Park la gente paseaba tranquilamente como un día cualquiera hasta que comenzó a chispear a mediodía, según informa Sandro Pozzi. Eso sí, todas las tiendas de la ciudad echaron el cierre por la mañana ante la clausura del transporte público, creando un paisaje inédito en una urbe que ni siquiera tras el 11-S vio todos sus comercios cerrados. En aquella ocasión el paisaje comercial variaba según la cercanía a la zona cero, pero esta vez el cartel de cerrado ha llegado a las zonas que previsiblemente no sufrirán daños. Y si durante el 11-S el tráfico privado quedó cortado solo por debajo de la calle 42, esta vez, desde las ocho de la tarde, ningún vehículo podrá circular por ninguno de los cinco barrios.
Ahora a los neoyorquinos solo les queda ponerse a salvo y esperar a Irene. Su rostro sigue siendo, de momento, solo un peligroso desconocido.
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