15-M y JMJ, ¿lo mismo?
Hay algo que une irremediablemente a ambos acontecimientos. Lo hemos visto claramente en las imágenes que se han mostrado por la televisión. Tanto los aguerridos indignados del movimiento 15-M como los desenvueltos jóvenes de las Jornadas Mundiales de la Juventud católica han dejado tras de sí una impresionante cantidad de basura: toneladas y toneladas de residuos.
Da igual que sean ateos o creyentes, del centro o de la periferia, de izquierdas o de derechas, de una o de otra comunidad autónoma, todos han demostrado que lo que de verdad les gusta es dejar basura en el suelo. Ambos grupos pregonan que quieren solucionar los problemas del país o del mundo, y, para ello, lo primero que hacen es ensuciar los lugares por donde pasan.
Parece que nadie les ha enseñado a depositar la basura en las papeleras, y mucho menos a separar los distintos residuos y arrojarlos en los contenedores correspondientes para que puedan ser reciclados. El comportamiento común es dejarlo todo realmente guarro. Claro que eso no debe sorprendernos en un país donde cualquier evento sirve para dejar montañas de basura en lugares públicos: fiestas patronales, botellones juveniles, espectáculos deportivos, romerías, manifestaciones de cualquier tipo. Nuestras calles, plazas, jardines, playas y carreteras deben estar entre las más sucias de Europa.
El problema es que civilización y basura por los suelos no son compatibles. Así que mientras no seamos capaces de convencer a la mayoría de nuestros conciudadanos de que no deben tirar al suelo nada de nada, y que tienen que acostumbrarse a echar los residuos en su contenedor correspondiente, no seremos un país civilizado. Cuanto más limpio está un país, mejor viven sus ciudadanos.
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