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SAN SEBASTIÁN 2016 | Días de diversión
Columna
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Mis deseos confesables

Odón Elorza

En realidad puede parecer que no son nada del otro mundo pero para mi son importantes porque representan la demostración de que puedo reinventar mi vida. Se trata de una larga lista de deseos insatisfechos que no he podido atender durante largo tiempo. Todos ellos están centrados en las cosas que me gustaría hacer en San Sebastián y solo requieren dedicarles tiempo y unos gramos de pasión.

Tengo ganas de desembarcar en la isla Santa Clara, donde está el Faro de la Paz referencia del proyecto de la capitalidad cultural, para perderme unas horas tumbado en su pradera con un bocadillo y un libro. Quiero subir al Monte Urgull para visitar la Casa de la Historia de la Ciudad junto a esa figura del Sagrado Corazon, impuesta por la comunión Iglesia-Estado en la dictadura, y pasear entre las Murallas restauradas al caer la tarde para finalizar en la increíble terraza del Aquarium. Deseo tomarme una taza de chocolate francés con churros en la Parte Vieja para vengar la ofensa del alcalde independentista de Igeldo al sustituir el cacao que traían a San Sebastián los barcos de la Real Cía Gipuzkoana de Caracas, como protagonista de la única recepción que había en Semana Grande, en favor de la típica tortilla de bacalao y sidra. Algo humilde si lo comparan con la degustación gratuita de caviar iraní y angulas de verdad que dan en Bilbo. Deseo meterme en un cine a la sesión de las 17.00. Subir a Ulia y ver el resultado de la reforma que hicimos con ayuda de Zapatero. Sueño con dar una larga vuelta en bici por Donosti un domingo muy temprano, en una ciudad sin coches, para bajar al asfalto en ciertos recorridos.

Me siento feliz disfrutando de una ciudad construida con esfuerzo y creatividad

Aunque debo reconocer que otros sueños sí he cumplido. Como pasar la Semana Grande sin estar pendiente del móvil. Dedicar varias noches a quedar con amigos-as que vuelven a casa en agosto. Perderme en la Expo de San Telmo para llenarme con las reflexiones de hombres y mujeres del Planeta global que sueñan cosas parecidas a las nuestras. Ver una noche los fuegos desde una embarcación cerca de la isla y comprender el lenguaje poético de una colección. Tirarme horas escribiendo en una terraza con vistas y un gin- tonic. Escuchar la 5a Sinfonía de Malher en el Kursaal. Colaborar con EL PAÍS para contar de modo resumido casi todo lo que me apetecía.

De modo que me siento feliz porque estoy disfrutando de una ciudad que hemos ido construyendo con esfuerzo y creatividad, sin llevarnos nada al bolsillo. Por recuperar la condición de ciudadanía cuando más lo necesitaba para seguir enganchado a los nuevos retos históricos de una ciudad gobernada por quienes la han maltratado durante largos años.

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