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Reportaje:Bestiario estival

Fábulas a pie de calle

La fachada de la casa Call i Millàs, ubicada en Gràcia, está repleta de plafones con animales

Me he topado con este lugar en infinidad de ocasiones, y siempre me había preguntado por su historia. No resulta muy habitual que un edificio de vecinos tenga una decoración tan peculiar. Les hablo de la finca que ocupa la esquina entre las calles de Verdi y Vallfogona; cerca de la plaza de la Revolución de 1868, en Gràcia. Durante años, preguntando a mis amigos del barrio solo llegué a saber que la llamaban la casa de les Bèsties. Ciertamente, no puede haber definición más exacta y espontánea del lugar. Esta finca -de planta y cuatro pisos-, presenta en sus dos fachadas una serie de plafones esgrafiados de color ocre, rojo y negro, que representan a diversos animales. Aunque las dos calles a las que se asoma no permitan una buena perspectiva, basta alzar la vista y se nos aparece una auténtica colección zoológica pintada en la pared, oportunamente restaurada hace unos 11 años. Aquí una abeja, una mariposa o un loro; más allá un halcón, una rana o una tortuga; así hasta 38 ejemplares. El trazo de los dibujos recuerda a las estampas populares, como aquellas ilustraciones con las que empezaban los cuentos de antaño. Fábulas sin leyenda ni moraleja, historias mudas que forman un mosaico acaso extraído de Esopo o Lafontaine.

La casa lleva el nombre de su propietario, que la encargó en 1893, en pleno furor del modernismo
El diseño podría deberse a que aquí hubo una tienda de animales exóticos del Caribe y Guinea

Con el tiempo he sabido que este conjunto de viviendas particulares recibe el nombre de casa Call i Millàs, por ser éste el nombre de su propietario -Miquel Call i Millàs-, que se la encargó al arquitecto Joan Marsan Solà en 1893. Ese año causaba furor el modernismo en Barcelona; se terminaba el vecino mercado de la Llibertat y el palacio Montaner de Lluís Domènech i Montaner; Josep Vilaseca iniciaba la casa Enric Batlló del paseo de Gràcia, mientras que Santiago Rusiñol organizaba la segunda fiesta modernista en Sitges. En medio de aquella euforia por el nuevo estilo, este inmueble fue acabado en 1895, con un repertorio ciertamente abigarrado de molduras y motivos escultóricos, entre los que destacan los laterales de los balcones en piedra y las barandillas en hierro forjado. En medio de sus vecinos más modestos, recién inaugurada debía resaltar a gran distancia, atrayendo las miradas de los paseantes.

Parece ser que su aspecto gustó y pronto atrajo a un vecindario acomodado. Tres años más tarde abría en sus bajos la farmacia del Dr. Domènech, un comercio a la moda que fue diseñado por el arquitecto Albert Juan Torner, autor también de la villa Tibidabo y de la casa Patxot de Sant Feliu de Guíxols. Actualmente, la farmacia lleva el nombre de los Licenciados Valentines Gelabert. Durante mucho tiempo, esta esquina era conocida por el reloj analógico de su reclamo comercial, en forma de cruz de Malta de lucecitas rojas. Igual habías quedado en el cercano bar Canigó, te habías entretenido en la librería Taifa, y aquellos números escarlatas te recordaban que llegabas tarde. En la adolescencia mirábamos poco hacia las alturas. No obstante, lo más llamativo de esta finca siguen siendo sus animales.

En el orden de las repeticiones, pueden verse dos gatos y dos cisnes, quizá unos animales por los que su autor sentía una especial simpatía. En el orden de las rarezas, una anguila, un salmón, una manta raya y una tarántula; como si hubiesen sido elegidos más por lo exótico de su forma que por existir relación formal o simbólica entre ellos. ¿Qué significan?, ¿quién las hizo? Sobre su origen, como en todas las buenas leyendas urbanas, hay varias versiones, me temo que todas de origen popular. Según algunos, la idea de los plafones fue del propio señor Call; aunque aquí los hay que le adjudican una pasión desbordada por la naturaleza; y los hay para quienes solo fueron una manera de hacer más atractiva su promoción inmobiliaria, y así vender más pisos. Según otros, el diseño se debe a que -con anterioridad a la farmacia-, aquí había una tienda de animales exóticos traídos del Caribe y de la Guinea, y que serían sus propietarios quienes lo encargaron con finalidades publicitarias. Incluso hay una tercera versión, que sugiere un origen posterior, en la intervención que el arquitecto Joan Bruguera llevó a cabo sobre la fachada, entre los años 1896 y 1897. Sea cual sea el motivo por el que están ahí, estos animalitos componen una parábola faunística, un cuento de Calleja tamaño familiar, que a los adultos nos obliga a mirar hacia arriba cada vez que paseamos por la calle de Verdi.

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