La isla de nunca jamás
Son casi las cuatro de la madrugada de un jueves de julio en Pachachá, la sala de música pachanga de la discoteca Pachá. Rafa Nadal trata sin mucho éxito de bailar La isla bonita, de Madonna, mientras tres hindúes le abordan una y otra vez para hacerse fotos con él. Tras perder la final de Wimbledon, el mallorquín ha venido a descansar unos días a Ibiza con un grupo de amigos, pero nadie le da un respiro. Les acompaña el escritor y relaciones públicas Carlos Martorell, una institución de la isla, que tras advertir la insistencia de los fans del tenista decide actuar.
-Basta, hombre, que lleváis así toda la noche, y ya os habéis hecho la foto.
-¿Tú, padre de Rafa?
-Sí, soy el padre de Rafa.
Al 'dj' David Guetta se le atribuye haber devuelto la relevancia a Ibiza
Este destino beneficia a las estrellas pop de paso, las hace más 'cool'
La isla atrae a las fortunas del mundo del entretenimiento
No se puede desligar Ibiza de los clubes, que marcan las temporadas
Los tabloides ingleses magnifican todo lo que que ocurre aquí
Ibiza se ha convertido en una gigantesca zona VIP
-¿Y dónde está madre?
-Está en el váter, y tampoco quiere fotógrafos.
Mientras, en la cabina de la pista principal se agolpan el disc jockey francés David Guetta, acaso el más famoso del mundo en la actualidad, y una decena de acólitos. Pinchan a pachas, se turnan el micrófono, pasan olímpicamente de cuadrar las mezclas, lo pasan pipa. Guetta pone insistentemente canciones producidas por él mismo, sin el menor rubor, como si fuera un acto promocional. Técnicamente, la sesión no es para tirar cohetes, pero tanto da, lo último que piensan los 4.000 fieles peligrosamente apiñados que han pagado 70 euros por entrar es en quejarse. En vez de eso, alzan los brazos en señal de adoración y hacen fotos con sus smartphones. Esto es F*** Me I'm Famous, la popular fiesta francesa de los jueves en Pachá que el parisiense organiza durante 16 semanas cada verano. El momento en el que la isla rinde tributo a su mayor estrella. Aquel amante de la electrónica que en 1995 repartía flyers entre los guiris de Platja d'en Bossa para promocionar sus propias sesiones y que en 2011 acude semanalmente a su residencia en la discoteca en avión privado. El mismo que ha conseguido que el dance, un género eminentemente popular en Europa, arrase en las listas de éxitos de Estados Unidos después de décadas de intentos fallidos. El dios carismático al que atribuyen haber devuelto la relevancia a Ibiza y del que casi todos aquí aseguran ser íntimos amigos. Y todo empezó accidentalmente en esta discoteca.
"Hace unos años conocí a The Black Eyed Peas en Pachá. Yo pinchaba y will.i.am [líder de la banda] se arrancó con el micrófono de manera improvisada. Aluciné. No volví a saber nada de él en un año, hasta que recibí un SMS: 'Quiero que produzcas nuestro próximo disco", recuerda Guetta, que al tiempo facturaría I gotta feeling, el megaéxito discotequero con el que el grupo cambiaría en 2009 el curso global de la música comercial.
Desde entonces, la isla ha ido mágicamente recuperando puntos como destino veraniego soñado para medio mundo. Los ídolos pop la abrazan como nuevo escaparate global. Los sibaritas de la electrónica vuelven a convivir con los fiesteros de batalla. Los millonarios circulan. Cirque du Soleil o los restaurantes de lujo Cipriani o Buddha Bar buscan aquí su espacio, seducidos por la repercusión. La fiesta es solo uno de los atractivos de Ibiza, pero también su mayor valor diferencial. Para bien o para mal. Nos sumergimos en sus profundidades durante cinco noches para dar con sus protagonistas.
Guetta pincha de nuevo. Esta tarde, junto a sus amigos Usher y Pete Tong. Y ante otras 4.000 personas. Estamos en Ushuaïa, un nuevo concepto de hotel de cinco estrellas recién estrenado que, aseguran aquí, cambiará Ibiza para siempre. Pensado para hedonistas sin complejos y amantes de la música de baile con abultadas cuentas corrientes, este espacio con 236 habitaciones (que van desde los 300 hasta los 2.000 euros la noche) ofrece la posibilidad de ver pinchar por la tarde a algunos de los disc jockeys más famosos del mundo (Luciano, Bob Sinclair, Swedish House Mafia...) desde el balcón de tu suite o junto a la piscina. Esta, por cierto, está acordonada y solo es accesible para vips y espectaculares chicas en traje de baño y tacón. La plebe, previo pago de 60 euros, se amontona en las inmediaciones. El pareo, la chancla y el torso ciclado abundan a ambos lados del cordón de seguridad, la diferencia reside básicamente en las camas balinesas y las botellas de champán. El bombo suena igual de atronador desde cualquier rincón, pero no hay problema, aquí no se estila el turismo familiar.
Ushuaïa pertenece a Fiesta Hotel Group, propiedad de Abel Matutes, ministro de Exteriores en la primera legislatura de José María Aznar que se dio de baja como afiliado del PP en noviembre de 2008 "para defender mejor sus negocios", que son muchos en Ibiza. Nos atiende su hijo, también llamado Abel, convencido del potencial de su revolucionaria propuesta hotelera. "Entre las novedades, la opción de alquilar suites sin camas para seguir la fiesta. Las llamamos boxes. Con neveras llenas, pantallas para seguir en streaming las sesiones y jacuzzi. No hay ni una libre ahora mismo". El precio, 2.500 euros al día. Los hoteles con valor añadido son un concepto exportado de Miami que, según Andy McKay, patrón del guitarrero hotel Ibiza Rocks, marcará la pauta estos próximos años.
Entre el concurrido privé, dos chicas, adornadas con alas de ángel -que forman parte del servicio de "experiencias sensoriales" Angel Squads-, le ofrecen a Fonsi Nieto un masaje de siete minutos en hombros, cabeza y cuello a cambio de la voluntad. El motociclista reciclado en disc jockey pasa en la isla grandes temporadas desde niño. "Ibiza vuelve con fuerza tras dos años raros y difíciles. ¿Cuándo hubiéramos imaginado que un artista estadounidense de la talla de Usher estaría aquí actuando?". "Esta isla también beneficia a las superestrellas, es bueno para sus carreras, las hace cool y deseables", opina McKay. "No hay que bajarse los pantalones, Ibiza está en un gran momento y no puede pervertir su esencia. Hay que buscar un balance. En el proceso de exportar cultura musical europea a Estados Unidos y que los americanos nos la vuelvan a traer y vender, se pierde calidad. Este lugar tiene que estar orgulloso de lo que representa. No necesita ser Miami [la ciudad que disputa a Ibiza el trono de la electrónica mundial], lo que no significa que ciertos aspectos de Miami no puedan o deban ser exportados aquí".
La guía no escrita de la nueva Ibiza cool obliga a parar esta noche en Lío, el nuevo restaurante-espectáculo propiedad de Pachá. Situado en el puerto Marina Ibiza, donde un yate de 40 metros paga en temporada alta 2.000 euros al día por atracar, y a escasos metros de un edificio de viviendas que está construyendo Jean Nouvel. Hasta allí se ha acercado esta noche la leyenda del chill out José Padilla. "Vivo en la isla desde 1975 y lo que veo ahora no me gusta", reflexiona. "Hay mucho plástico y mucho vip. Imagino que es un negocio brutal, pero me cabrea bastante. Hay demasiada música comercial. La gente se maleduca. Cuando les pones música de verdad no la entienden y creen que es mala", razona el dj, que ha montado una pequeña sesión los miércoles en el hostal La Torre, "perdido entre unas montañas", que reivindica el estilo transgresor primigenio de la isla.
La cena-espectáculo de Lío causa furor entre la gente chic y los millonarios, que tampoco en esta isla son siempre sinónimos. Por su naturaleza cosmopolita y su melting pot, Ibiza se ha convertido en el principal polo de atracción mediterráneo de las grandes fortunas asociadas a la cultura y el entretenimiento, desplazando a Marbella o St. Tropez, cuyo turismo de lujo es ahora más clásico o empresarial. Las espectaculares vistas de Dalt Vila compiten esta noche con las de un yate de 98 metros. "Propiedad de un moscovita, soltero y heterosexual de 42 años", se comenta entre risas. Los oligarcas rusos, aseguran, son los nuevos jeques árabes. El maître es Kenji, un cubano-japonés a quien han traído de Gonpachi, el restaurante en el que se inspiró Quentin Tarantino para la célebre escabechina de Kill Bill. La cena -una sofisticada parrilla japonesa- ronda los 130 euros por persona en las noches del programa habitual de cabaret. El precio cerrado del cubierto para ver a los Hermanos Vivancos alcanza los 200 euros. El del espectáculo del club neoyorquino The Box, 400. Bebidas aparte. En la bodega hay botellas de hasta 50.000 euros. La política de la casa recomienda a sus empleados no comunicar los precios extramuros.
A cada hora en punto, cuando suena You never can tell, el tema de Chuck Berry popularizado por Pulp Fiction, todos los empleados tienen que arrancarse a bailar. Se mezclan entre los comensales y los levantan para mover las caderas, como en Dirty dancing. Ensayan una conga. La algarabía se apodera de la sala. Silvia Martí, un actriz, cantante y bailarina (en este orden, especifica), de 32 años, criada en el Paralelo barcelonés, se ha instalado en la isla gracias a Lío. "Me seduce vivir en Ibiza, pero no es por el dinero. Haciendo un musical con Mario Gas en el teatro Español de Madrid gano más. Quizá haya aquí otras maneras de ganarse más rápidamente la vida. Yo no me he subido a ningún yate desde que he llegado. Ni creo que lo haga. No tengo ningún interés. En esta isla te encuentras con insinuaciones, algunas de mal gusto, y hay gente que sí se deslumbra. Los que trabajamos en el Lío somos profesionales que exigimos que el público nos trate como si estuviéramos en el mejor teatro del mundo", tercia tras acabar la jornada.
Mariajosé Revert combina su labor de relaciones públicas del restaurante con las del dj Sebastián Gamboa. Antes trabajó de camarera y ha subido escalones en la que considera "la mejor empresa de ocio del mundo", Pachá. "Oí hablar de la magia de Ibiza desde niña. Cuando llegué, me dieron una bandeja y me mandaron al VIP. De repente me sentí parte de ese cuento y me puse a llorar". Su primer recuerdo -Thierry Roussel, viudo de Cristina Onassis, rodeado de amigos y champán- le impactó. Ahora es la norma. "En la isla puedes ganar 700 euros en propinas una noche si trabajas en un sitio bueno, y solo hay uno bueno: el VIP de Pachá".
La receta de la discoteca, dice, reside en su exótica mezcla, una que históricamente se atribuye a Studio 54, pero que Pachá ya llevaba cultivando desde 1973. Mick Jagger, Kylie, o Dolce & Gabbana alternando espontáneamente con jeques árabes que dejan 10.000 euros en propinas y los anónimos más guapos o divertidos. "Es la isla de Nunca Jamás. En el club, todos son famosos y ninguno lo es. Puedes hacer lo que te dé la gana. Aquí todos callamos, hay libertad y complicidad", describe Revert. "Y como en el resto de la isla, la edad no importa. De hecho, creo que Ibiza es el mejor sitio para envejecer".
Su amigo Jorge Inchausti, relaciones públicas de hoteles y dueño durante 14 años de Atelier, tienda de moda de referencia, subraya la dimensión social de los superclubes. Pachá, Amnesia, Privilege y Space se disputan anualmente el título de mejor discoteca del mundo. Conjuntamente, cada noche emplean a más de 1.000 personas y albergan a más de 30.000 clubbers, que pagan entre 35 y 80 euros por entrar. Las cervezas cuestan 10 euros, y la copa convencional, entre 14 y 18. "Hubo un momento en que el Gobierno quería promover exclusivamente el turismo familiar, demonizando el ocio nocturno, víctima de una persecución exacerbada", reflexiona Inchausti. "Pero no se puede desligar la isla de los clubes, que establecen el ritmo de la mayoría de negocios: hoteles, restaurantes, tiendas... Además atraen también turismo de calidad, dan prestigio a la isla y generan miles de empleos directos e indirectos".
Mark Broadbent, promotor británico de la fiesta dominical We Love... Sundays, la más emblemática de Space -que esta temporada trae a 400 superdj's y se enorgullece de ser la única fiesta de la isla sin gogós ni distracciones-, dice sentirse frustrado por la nula relación con el Gobierno insular. "El gasto que yo hago para promocionar Ibiza como destino turístico es quizá 10 veces mayor que el suyo. Combinándolo con el que hacen el resto de clubes, es posible que sea 100 veces mayor. El turismo es el motor principal, pero parecen cegados, no están interesados en nosotros".
Carmen Ferrer, consejera de Turismo desde hace apenas unas semanas, no le quita razón y apuesta por el diálogo. "Nos enorgullece tener el mejor ocio nocturno del mundo. Y somos conscientes de que muchas veces no ha recibido el tratamiento justo. Los medios se han ensañado con los excesos, que no son mayores que en otra ciudad". Pero argumenta que este sector ya goza "de mucha notoriedad, y no necesita los recursos que otros atractivos de la isla sí necesitan". Según Ferrer, el famoso coto a los after hours de 2008, que muchos vaticinaron que acabaría con la fiesta, no ha afectado al volumen de visitas e ingresos. "Resultaban invasivos para el turismo familiar, y gracias a su prohibición se ha permitido mantener el equilibrio histórico de la isla: un lugar donde conviven el turismo de sol y playa, el cosmopolita, los agroturismos, la gastronomía, el buceo, las propuestas culturales o la vanguardia de la electrónica".
La sensación general entre la mayoría de restauradores, hoteleros y promotores consultados es que lo que es bueno para el PP, que acaba de ganar las elecciones del Consell Insular, quizá sea bueno para la isla. Se celebra su perfil gestor y despolitizado. Un restaurador español que lleva 30 años en Ibiza lo resume así: "Los populares y sus simpatizantes son aquí distintos a los de la Península. Son más tolerantes y permisivos. Algunos incluso tienen sus propios negocios. La izquierda se ha atascado en el nacionalismo y la promoción de la lengua ibicenca, y todo ha sido restringir y prohibir. Parecen resentidos".
La relevancia de las discotecas es tal que hasta muchos de sus empleados sienten los colores como si de un equipo de fútbol se tratara. "Hay incluso peleas entre los distintos pasacalles, y a veces se ha llegado a las manos", asegura la relaciones públicas Mariajosé Revert. Se refiere a una de las tradiciones más longevas de la Ibiza de los megaclubes. La rua que realizan los bailarines por las calles del puerto de la capital para promocionar cada noche sus fiestas. Según Carlos Aparicio, promotor de Café Olé, el jocoso evento burlesque y fetichista de los viernes en Space, no sería descabellado pedir a la Consejería de Turismo que los subvencionara. "Los hacemos más por tradición que por efectividad. Un espectáculo de gogós y drag queens, glamuroso y fetish, inesperado y descontextualizado, que quien más lo agradece es quien más se sorprende: las familias con niños que están cenando. Si dejaran de existir, se acabaría la animación del puerto. Además, dicen mucho del clima de tolerancia de la isla".
Uno de los pasacalles más estrambóticos es el de SuperMartXé, la macrofiesta de Privilege, que recala este viernes bajo las murallas de Dalt Vila, donde está Soap, antiguo Lola's, el bar gay de referencia en la isla. Drags, enanos y gogós musculados en slip se mezclan entre los clientes, en su mayoría de más de 30 años y con posibles. Para algunos, Ibiza ha perdido con los años atractivo como destino gay, pero Julio Romero Rodríguez, copropietario, se felicita de que su local se haya consolidado como principal aglutinador del público homosexual a primera hora de la noche.
Romero, licenciado en Medicina, es una estrella del porno cubana conocido en el sector como Rafael Carreras. Ha cumplido 40 años y se ha retirado hace unos meses. Resume así el secreto de Soap: "Los camareros son guapos, pero sobre todo superamables. La atención al cliente generalmente falla en la isla. Nosotros los seleccionamos en nuestros viajes por el mundo y les formamos para dar un servicio excelente". Les pagan entre 50 y 80 euros por cinco horas cada noche, y estando aquí tienen la posibilidad de trabajar en la promoción de otras fiestas gais. Incluyendo propinas, pueden llegar a ganar en total unos 3.000 euros netos al mes. Algo habitual en Ibiza. "Y las drags queens bien relacionadas, mucho más del doble", añade.
A unas manzanas de allí, un camello explica que la isla ya no es el paraíso de las drogas de antaño. "Existen, pero están realmente perseguidas". Los políticos, asegura, tomaron nota de la imagen de desfase difundida en los medios británicos y han actuado con contundencia. "Ha mejorado la calidad. Y ha aumentado el precio. Las pastillas de éxtasis a cinco euros son cosa del pasado. Ahora se venden a 10 o 15. Todo en la isla se ha encarecido. Y eso ahuyenta al cliente que no controla. Las consecuencias son positivas. Ya no es habitual que un turista salga en ambulancia de una discoteca". Tres días después, una británica de 20 años moría tras consumir éxtasis en un club de Platja d'en Bossa.
Juan Suárez, director comercial de Diario de Ibiza, explica la dificultad que entraña lidiar con estos casos. "Nuestro periódico es notario de lo bueno y de lo malo, pero no buscamos el sensacionalismo. Los accidentes o muertes figuran en la página de sucesos, nunca en portada. Preferimos dedicarla a una actuación de Usher o a la llegada de Naomi Campbell. Somos conscientes del eco internacional que tenemos, sobre todo a través de nuestra web. Los tabloides ingleses magnifican cualquier cosa que ocurra en la isla. Ese es el valor de Ibiza, para bien y para mal. Si lo mismo ocurre en Menorca, no tiene la menor repercusión".
Cientos de personas hacen cola en la puerta de Privilege, antigua Ku, la discoteca que desde hace 18 años se publicita como la más grande del mundo, con un aforo oficial de 10.000 personas, pero por la que desfilan muchas más debido a la rotación. Los mismos gogós que formaban el pasacalles de SuperMartXé, una de las fiestas de promotor español más populares, protagonizan ahora en el escenario su espectáculo erótico. Varias contorsionistas se sumergen en recipientes acuáticos mientras un bailarín desnudo juega con una capa que descubre una importante erección. Marta y Ramiro, de Madrid, no paran de hacer fotos con su iPhone. Su presupuesto para esta noche es de 100 euros, incluida la entrada. Una décima parte de lo que piensan gastar en su semana de vacaciones. "Si no controlas un poco, esta isla es un sacacuartos", explican. "Hasta comer en la playa puede ser la ruina. Pero si buscas opciones baratas menos vistosas, las encuentras. Además, alquilamos entre cuatro un apartamento durante una semana por menos de 600 euros. Hay que saber contratar con antelación".
Los dos madrileños dicen ser particularmente fans de varios de los eventos de Privilege, que se ha apuntado a la tendencia que domina este año: la música en vivo. Tallyn Planells, su director, cree que "traer a Jamiroquai o Underworld otorga un valor añadido que ahora es necesario". Muchos señalan a Andy McKay como responsable de devolver el rock en directo a la isla, que en los setenta y ochenta ya era un hervidero de conciertos que atraía tanto a Pink Floyd como a Radio Futura. Entre 1994 y 2008, este promotor británico y su hermano montaron Manumission, la antológica fiesta que sentaría la tendencia de invertir cantidades astronómicas -"hasta 100.000 euros semanales"- en contenido. "Somos culpables de muchas de las cosas malas que han ocurrido en la isla. La inflación de los precios de entrada en los clubes, por ejemplo. Con Manumission subimos la tarifa de 2.500 a 7.000 pesetas. También eliminamos los pases gratuitos. Y nos retiramos de la escena de dj, dejando de anunciarlos", asegura. Su última "provocación", la música en vivo al aire libre, no obedecía "únicamente a sus propias necesidades". "En Londres, la música había evolucionado, pero en la isla no. Si hacia 2000 lo que sonaba en Ibiza empezaba a pasar de moda, en 2005 era bochornoso. Lancé Ibiza Rocks porque creía importante que la gente de 19 o 20 años siguiera sintiendo que la isla es relevante. Y el rock volvía a serlo en el mercado anglosajón. Perdimos mucho dinero, pero conseguimos que empezaran a venir".
Abrió su hotel musical en 2005. En San Antonio, "el único lugar en el que podía funcionar", una zona de la isla que el visitante chic y prejuicioso identifica con el turismo de baja calidad, juvenil, etílico y, sobre todo, británico. En 2007 trajo en la misma semana a Arctic Monkeys y Kaiser Chiefs, dos de las bandas de rock más grandes del momento. El éxito fue desbordante. Entre los británicos. "Nosotros solos no podemos crear esta enorme isla de música en vivo que me gustaría ver. Pero Amnesia, Privilege y Space sí pueden convencer a españoles, italianos, franceses o centroeuropeos. Y lo harán", explica en su nuevo hotel Ibiza Rocks House, la "evolución natural de mi empresa". Un hotel boutique de 25 habitaciones ubicado en Pike's, la célebre villa que alojó al quién es quién del pop internacional de los setenta y ochenta. Los huéspedes coinciden ahora en la piscina -en la que se rodó el vídeo de Club Tropicana, de Wham!- con las estrellas rock que McKay trae a la isla. "Si este hotel funciona como negocio es que ha habido algún error", ironiza.
La jornada en Blue Marlin empieza al mediodía. El acceso a este beach club de Cala Jondal es como el de cualquier discoteca. Gorilas con pinganillo, cordón de seguridad, listas de puerta, media hora de cola. Nadie diría que da acceso a una playa. En el interior, varios centenares de personas bailan funk y rock en vivo. Hay hasta gogós sobre el tejado, pero ni una cara desencajada. Todo es champán, Coronitas y gente guapa. Para comer en el restaurante (a una media de 100 euros por cubierto) hay que reservar como mínimo una semana antes. Los seguratas te sellan para acceder al mar, donde el descomunal yate que Philippe Starck diseñó para Román Abramóvich preside la vista. Los avispados ya han aprendido que pueden entrar en la cala sin tanta parafernalia a través de otros tres restaurantes, pero el Blue Marlin es el sitio para ver y ser visto.
Cuando caes en la cuenta de la gran zona VIP en la que se ha convertido la isla, de la fortuna que hay que desembolsar para abrazar la mayoría de sus nuevos productos lúdicos de moda, resulta refrescante volver a San Antonio y ver la falta de pretensiones con la que los veinteañeros británicos disfrutan con una Isleña, la cerveza local, de la puesta sol. "La más famosa del mundo", garantiza Javier Anadón, dueño de Mambo y otros tres cafés-restaurante del paseo. "Los precios son aquí razonables", opina Richard, abogado de Manchester, que lleva ocho de sus 29 años veraneando en la isla. "Hay otras Ibizas, sin tanto famoseo o nuevo rico cateto. Las sesiones de tarde que Mambo o Café del Mar organizan aquí con superdj's que están de bolo en la isla, por ejemplo, se pueden disfrutar sin necesidad de pagar consumición".
Lo mismo ocurre en Bora Bora, otra postal típica algo denostada. Un bar de Platja d'en Bossa donde se pincha house durante el día. El control de la policía es estricto, pero no llega a la imagen de toma policial de hace cinco años. Aquí se reúnen los más fiesteros, que bailan desenfrenados sobre mesas, hamacas o arena y alzan los brazos en comunión cada vez que un avión los sobrevuela.
Es la escena emblemática del ocio ibicenco que casi se perdió cuando las discotecas se vieron obligadas en 1990 a construir techos para respetar el sueño de los vecinos. "Fue el principio del declive", estiman Eva y Eugenia, de Castelldefels, que se consideran nostálgicas de la locura que se vivía aquí en los noventa. "Ahora todo es más corporativo, pero el club DC10, que ha vuelto a abrir, o Bora Bora son dignos guardianes del espíritu".
Hasta aquí se acercó una aciaga mañana de septiembre el legendario dj Alfredo Fiorito, padre del sonido balearic y al que la revista británica MixMag ha seleccionado como candidato a mejor pinchadiscos de todos los tiempos. "La sesión en Space [donde ahora tiene una residencia en We Love... Sundays] había acabado con gente llorando de emoción y mi pareja de entonces y yo salíamos felices. Pero el barullo que encontramos fuera no era normal", recuerda. "Nos acercamos a preguntar. Habían atentado contra el World Trade Center y el Pentágono. Como ajenos, fuimos al Bora Bora, donde todo el mundo bailaba mientras, al fondo, las televisiones repetían las imágenes de las torres caídas. ¿Qué podíamos hacer? Menos mal que aún existe un lugar en el mundo en el que realmente es posible olvidarse de todo".
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