Saltarse la ley no es deporte olímpico
"Pues yo lo que creo es que habría que escribir una carta al Comité Olímpico Internacional preguntando si existe algún deporte que consista en saltar con los ojos cerrados por encima de un asesino; y si no lo hay, que se olviden de Madrid 2020", le dijo Juan Urbano a sus compañeros del Foro por la Memoria, mientras caminaban calle de Atocha arriba, a la altura del monumento a los abogados laboralistas asesinados en 1977. Venían de cambiarle el nombre a la calle del Doctor Vallejo Nájera, a la que habían puesto uno de los apellidos más nobles de la palabra Democracia: Calle contra la Impunidad. Es decir, que venían de tomarse la justicia por su mano, ya que la Ley de Memoria Histórica del año 2007 obliga a los alcaldes de toda España a retirar "escudos, insignias, placas y otros objetos o menciones conmemorativas de exaltación, personal o colectiva, de la sublevación militar, de la Guerra Civil y de la represión de la Dictadura" y, a pesar de todo, algunos de ellos se pasan esa orden por el Arco del Triunfo, algo que en el caso de Alberto Ruiz-Gallardón resulta tan inexplicable que no hay más remedio que pensar que obedezca instrucciones. ¿De quién? ¿Por qué? ¿Para proteger a quiénes?
Estoy seguro de que el alcalde sabe a quién nos referimos cuando hablamos de Vallejo Nájera
Estoy seguro de que el alcalde de Madrid sabe de quién estamos hablando cuando hablamos de Vallejo Nájera, cuyos apellidos no están llenos de rejas, vallas y vejaciones por casualidad, entre otras cosas porque ya le regalé en su momento mi novela Mala gente que camina, donde se cuenta la historia de ese siniestro siquiatra y coronel del ejército sublevado, y cómo él fue, entre otras muchas cosas a cual peores, el ideólogo del robo de niños a los republicanos que los golpistas llevaron a cabo durante la Guerra Civil y, después, a lo largo de la dictadura: los periódicos de hoy están llenos de niños robados que son la segunda parte de esa trama: a unos se los quedaban por ser hijos de gentes de izquierda y a otros por ser hijos de pobres, pero el espíritu del delito es igual, se trata de que los poderosos se quedan con aquellas cosas de los débiles que les gustan, y punto.
Vallejo Nájera, aparte de pedir que se reinstaurase la Santa Inquisición y otros delirios, escribió una serie de libros y artículos en los que mantenía la teoría de que el socialismo es una enfermedad mental, propia de mentes inferiores y, por añadidura, contagiosa, por lo cual se hacía necesario "separar el grano de la paja", es decir, quitarles sus hijos a los rojos para evitar que el mal se extendiera y así mejorar la raza. Nada más comenzar la guerra, el Funeralísimo se sintió muy interesado por sus hipótesis, y le dio carta blanca para aplicar sus teorías, lo cual en la práctica significó que miles de niños fueron secuestrados y entregados a familias afectas al Régimen, como se decía en aquella época en la que imperaba "la política de los puños y las pistolas" y en la que solo se podía ser o cómplice de los criminales o enemigo de España. El general se lo puso muy fácil a Vallejo Nájera, convirtiendo en leyes sus locuras, y así dictó dos, que pueden consultarse en el Boletín Oficial del Estado, según las cuales la tutela de todos los niños que ingresaban en un hospicio del Auxilio Social, es decir, todos los hijos de los asesinados, combatientes, presos, desaparecidos o exiliados, pasaba a manos del Estado, que además tenía la potestad de cambiarles sus nombres y apellidos para sustituirlos por otros "característicos de la tradición española", o sea, que nuestro país está lleno de falsos Sánchez, Rodríguez, Pérez, García o Rodríguez. Aún no sabemos quíenes son la mayoría de ellos, y ya nunca lo vamos a saber. Todo ello gracias al doctor Vallejo Nájera y a sus camaradas.
¿Una ciudad tan admirable como Madrid, aquella "capital invencible de un país derrotado", como la llamó el escritor Eduardo Zamacois, se merece tener escrito encima el nombre de ese individuo? Yo creo que es una pregunta tan fácil de responder que me hace pensar que, en ocasiones, tomarse la justicia por la mano de la forma en que lo hicieron el otro día, para conmemorar los 75 años de la Guerra Civil, Juan Urbano y sus compañeros del Foro por la Memoria, está más que justificado. Los que creen que saltarse la ley puede ser un deporte olímpico, están equivocados.
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