Sí a la intransigencia
Los desmanes de Bachar el Asad exigen más firmeza de las potencias democráticas
Han tenido que ser sitiadas y atacadas por matones a sueldo del régimen las Embajadas de Estados Unidos y de Francia en Damasco -después de que sus titulares viajaran a la ciudad de Hama para solidarizarse con la valentía democrática de sus manifestantes- para que se afile el lenguaje estadounidense sobre Bachar el Asad. Hillary Clinton hasta ahora aseguraba regularmente la confianza de la Casa Blanca en la capacidad reformista del dictador sirio, a pesar de que sus tanques y francotiradores han dado muerte desde marzo a cerca de 1.500 civiles (los detenidos y torturados son muchos más). Pero ahora acaba de proclamar que El Asad ha perdido cualquier legitimidad y que EE UU no tiene el menor interés en su permanencia en el poder.
Si este aparente cambio del punto de vista de la superpotencia tiene algún efecto práctico se verá pronto. La indefendible ambigüedad occidental ante Bachar el Asad, tan diferente de la resolución empleada contra Gadafi, se está cobrando un alto precio en Siria. Durante meses, las potencias democráticas han repetido como letanías las admoniciones contra el presidente sirio -supuesto peón regional indispensable- para que sustituyera el asesinato por el diálogo. Esta falta de contundencia, reforzada por la capacidad de veto de Rusia y China en el Consejo de Seguridad, ha sido interpretada por el brutal régimen baasista como una tácita e impotente convalidación de sus atrocidades. El Asad se permite así convocar encuentros propagandísticos (boicoteados por la oposición) para discutir sobre eventuales reformas aperturistas, mientras mantiene sus blindados a las puertas de populosas ciudades como Hama, foco ahora de la revuelta, en la que el padre del actual dictador ya exterminó en 1982 a decenas de miles de sus compatriotas.
Una cosa es que Barack Obama y sus aliados europeos no tengan el menor interés, o capacidad, para ampliar sus intervenciones militares en el mundo árabe y otra bien distinta la sangrante desproporción en la actitud mostrada hacia dos regímenes tan abyectos como el libio y el sirio. Entre la intervención armada para impedir las matanzas de civiles por un tirano sin escrúpulos y la retórica hueca y las simbólicas sanciones aplicadas hasta ahora contra los jerarcas de Damasco, hay multitud de opciones intermedias con las que ayudar a los sirios a recuperar su dignidad. Ninguna de ellas ha sido adoptada.
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