La máquina productiva
Un modelo productivo no lo pone en marcha un empresario con iniciativa, ni varios prestigiosos investigadores o una genial decisión política, un modelo productivo lo impone la inercia que genera toda una maquinaria que resulta del trabajo sincronizado de toda una nación, es crear un delicado tejido productivo.
El diagnóstico para España, reiterado ya muchas veces y de manera inequívoca durante las décadas posteriores a la transición, es que había que cambiar la estructura productiva. Declaraciones y referencias en este sentido podemos encontrarlas fácilmente en las hemerotecas, pero la cuestión no es lo que se dijo, sino lo que se ha hecho.
Precisamente nuestro preclaro modelo productivo, el del ladrillo -relanzado tanto por las políticas neoliberales como por las socialdemócratas- fue una maquinaria muy bien engrasada con todos los poderes del Estado trabajando para conseguir un mismo objetivo.
Y tuvo éxito no solo por la iniciativa de algunos emprendedores de la construcción, sino porque la maquinaria propició la especulación financiera, las recalificaciones irregulares y masivas del suelo, políticos locales corruptos, una política legislativa y ejecutiva dedicada y favorable a esta tarea, una justicia (¿deliberadamente?) lenta, grandes constructoras y pymes subsidiarias de la construcción y que hubiera millones de trabajadores empleados en este sector, muchos de los cuales están, ahora, en paro.
¿Dónde quedaron los fondos estructurales que nos entregó generosamente Europa? ¿Por qué no se dedicó este dinero y nuestra inteligencia a crear de verdad ese cambio de modelo productivo? Después del desastre, no es admisible pedir perdón, no se pueden reconocer equivocaciones cuando al resto de los ciudadanos nos cuesta tanto dinero los muchos asesores y errores, o mientras centenares de ingenieros españoles inician un éxodo sin retorno, evidenciando que hemos perdido más de 30 años.
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