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Columna
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Desplazamiento del poder

Joaquín Estefanía

Bastantes analistas consideran que lo peor del balance de Zapatero en el Gobierno será la política laboral, instrumentada a través de las reformas del mercado de trabajo (aprobada hace un año) y de la negociación colectiva (recientemente votada en el Parlamento). Unas reformas que suponen en conjunto un desplazamiento del poder difícilmente reversible hacia las posiciones empresariales, sin que por el momento se haya avanzado en la creación de puestos de trabajo y siendo dudoso que consigan la flexibilidad necesaria para mejorar la productividad por hora trabajada (causa última de la falta de competitividad de nuestro país).

Ninguna de las dos reformas logró pactarse entre los agentes económicos y sociales. Ante ese fracaso negociador, el Gobierno preparó sus propios textos, que en los dos casos fueron rectificados una y otra vez para que llegasen al Congreso con posibilidades de éxito, hasta desequilibrarlos y empeorarlos según criterio de esos expertos. En estas contorsiones ha jugado un papel central el Ministerio de Economía, que ha corregido y matizado una y otra vez al de Trabajo, que es quien presentaba los documentos iniciales y quien conoce a fondo la realidad del mercado de trabajo y sus consecuencias. La última voltereta se dio la semana pasada, cuando para salvar la votación sobre la negociación colectiva a través de la abstención de los grupos nacionalistas vasco y catalán, el grupo parlamentario socialista aceptó que los convenios colectivos autonómicos puedan prevalecer sobre los nacionales, lo que puede poner en cuestión la unidad de mercado en materia laboral.

Las reformas laborales han sufrido una gran metamorfosis entre sus borradores y lo aprobado

"En definitiva, no es una reforma equilibrada [la de la negociación colectiva] que dota de mayor flexibilidad interna a las empresas a cambio de mayor participación de los trabajadores, sino una clara desregulación de las condiciones laborales, que descuartiza la negociación colectiva y fragiliza los derechos. Un nuevo destrozo que se suma al de la reforma laboral del año pasado, que en lugar de empleos sigue produciendo precariedad laboral y basado también en falsos estereotipos sobre la rigidez de nuestras instituciones laborales machaconamente agitados". Esta opinión no es de ningún portavoz de la camaleónica oposición de derechas, ni de Izquierda Unida o las centrales sindicales, sino del presidente de la Comisión de Economía del Congreso, el diputado socialista por Madrid y ex secretario general de Comisiones Obreras, Antonio Gutiérrez, que el pasado viernes publicó una demoledora tribuna de opinión (EL PAÍS, 1 de julio), en la que denunciaba las idas y vueltas practicadas para aprobar el decreto sobre la negociación colectiva.

La de Gutiérrez no es una opinión cualquiera en este asunto. Por su conocimiento y representatividad. Sabe que Zapatero comunicó a los sindicatos un texto concreto, que fue endurecido luego por el Consejo de Ministros, y nuevamente rectificado para obtener la citada estabilidad parlamentaria del Gobierno mediante la neutralidad de los nacionalistas. Pactar para arrimar el hombro ante retos comunes engrandece a la política, pero urdir cambalaches que aprovechan a quienes siempre barren para casa, la envilece. "Por no hacerles el juego a estos últimos y por lealtad al Gobierno que apoyo", dice Gutiérrez, "voté la convalidación del decreto aun estando en contra; pero a la vista del apaño final, que no conocí hasta después de la votación, y convencido de que no servirá para salir del bache económico y de que aún acentuará más el fracaso político, quiero dejar claro mi rotundo no". El presidente de la Comisión de Economía anuncia su no a la tramitación de la ley.

Hace un año, cuando se debatió la reforma laboral, el texto también sufrió una metamorfosis asombrosa entre su primer borrador y el decreto aprobado. Gutiérrez se abstuvo en la votación de la convalidación del decreto. Y escribió lo siguiente: "Jalear a un gobernante con los tópicos sobre la estatura política para que imponga medidas difíciles aunque sean duras, suele ser una argucia embaucadora acuñada por las derechas para confundir a un Gobierno de izquierdas, que no pocas veces se han tragado". En el origen de la indignación ciudadana están estos vaivenes inentendibles en materia laboral que, paradójicamente, no sacian las ansias reformistas de la patronal. El presidente de Gobierno dijo en el debate sobre el estado de la nación que "no hay dos Zapateros sino dos circunstancias distintas". Difícil de compartir, a la luz de esta experiencia.

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