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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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De conversos a renegados

Diego A. Manrique

Pasaron las conmemoraciones de la onomástica de Dylan y nuevamente asombra la confusión hispana sobre su más vertiginoso giro: hasta leo que "Bob se hizo católico". Hoy todos aceptan su trilogía gospel pero pocos entienden que el descontento inicial de sus fans era más ideológico que estético.

Dylan se apuntó a la Iglesia de la Viña, ascendiente denominación evangélica. Hizo suya una lectura coyuntural del Apocalipsis bíblico: se acerca Armagedón, donde perecerán los ejércitos de Magog y Gog, naciones perversas identificadas con Rusia e Irán. En 1979, aquello sonaba exótico; a principios de siglo, esa escatología alimentaba los sueños milenaristas de la Administración Bush, facilitando el entendimiento entre el sionismo y el ala belicosa del Partido Republicano, los vulcanos.

Tim Maia firmó una de las más bellas obras generadas por la inquietud espiritual de los setenta

Aquel volantazo hubiera sido asimilado como otra excentricidad más pero Dylan se empeñó en dirigir sermones a unos oyentes esencialmente agnósticos. Están transcritos en el alucinante Saved! The gospel speeches of Bob Dylan, librito publicado por el pintor Francesco Clemente. Bob escuchaba al inevitable provocador -"¡rock and roll!"- y le amonestaba: "Puedes ir a ver a Kiss y rockanrolear hasta el fondo del pozo. Solo hay dos tipos de personas: los que se salvan y los que se pierden."

Conviene entender el contexto. Un Dylan cristiano hasta podía encajar en aquel "supermercado espiritual" que floreció con el jipismo. George Harrison ejercía de protector del Radha Krishna Temple, cuyas enseñanzas le habían hecho -decía Lennon- una peor persona. Jeremy Spencer, mago de la slide guitar en Fleetwood Mac, fue abducido por The Children of God, cofradía que recurría al sexo para atraer seguidores. Mike Love usó las técnicas de la meditación trascendental para hacerse con los mandos de los Beach Boys, tras el desmoronamiento de Brian Wilson. Al Green, el sublime soulman, había comprado la franquicia de una iglesia en Memphis y ejercía de predicador.

Repasando el libro editado por Clemente, resulta admirable el temple de Dylan. No está fuerte en geopolítica -traslada Armagedón al Afganistán invadido por los soviéticos, incorpora a China al eje del mal- pero desafía a un público hostil, que razonablemente duda de que esa batalla desemboque en el reino de Jesucristo sobre el planeta, con capital en Jerusalén.

Disculpen: más que de Dylan, deseaba hablar de otro artista que hizo gran música bajo un impulso regenerador: Tim Maia. Este cantante carioca desarrolló una suave versión brasileña del soul y el funk pero no logró rentabilizar sus hallazgos: excesos de alcohol y drogas, tendencia a pelearse con la industria, una obesidad incontrolable...

Estaba maduro para un cambio de vida: se dejó atrapar por Cultura Racional, una secta -no hay otra descripción- fundada por un exmilitar que obligaba a sus adeptos a comprar sus libros (mil títulos, no es broma). También debían vestirse de blanco, renunciar al sexo recreativo, prescindir de la carne roja y olvidarse de cualquier sustancia.

Entre 1974 y 1975, Tim Maia tragó con esos preceptos. Editó dos discos proselitistas, Racional 1 y 2; apenas tuvieron distribución y, desde luego, no recibió royalties. Hasta que decidió que Cultura Racional era pura charlatanería: los ingresos servían para construir un hotel para extraterrestres (no pregunten) y el gran maestro tenía derecho de pernada. Tal fue el disgusto que Maia renegó de esos discos, que Trama reeditó en los noventa.

Maia murió con 55 años, irreconocible tanto musical como físicamente. Pero Racional 1 es una de las más bellas obras generadas por la inquietud espiritual de los setenta. Háganse un favor y búsquenlo; si les incomoda el sonido, hay una versión modernizada, Racional 1 remixado. No es cierto aquello de que el diablo siempre tiene las mejores canciones.

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