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Seísmo mortal en Murcia

"Esto no es un piso, es un bancal de cabras"

Fernando J. Pérez

El electricista Ángel Olmedo camina a tientas sobre un suelo de cascotes de azulejo cuyo chirrido produce a partes iguales dentera e inquietud. Su vivienda, un bajo en el número 3 de la calle Procesión del Silencio, ha sido una de las más afectadas por el terremoto dentro de su bloque. "Esto no es un piso, es un bancal de cabras", afirma Ángel, que prefiere tomarse con humor que el piso por el que lleva pagando seis años es una pura ruina.

Las grietas en los tabiques, por las que cabe una mano, dejan entrar la luz de la calle, los pocos muebles que hay están tirados por el suelo y los falsos techos parecen a punto de caerse. Sin embargo, hay que llegar hasta el salón, con más miedo que vergüenza, para observar el destrozo más espectacular: un gran boquete en la pared permite ver, en la calle, a los vecinos del inmueble, que esperan la llegada del arquitecto municipal para que ponga el temido código de color en el portal del edificio.

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Ayer, los lorquinos comenzaban a regresar a sus casas, aunque casi todos lo hacían para recoger enseres y refugiarse en segundas residencias en las afueras o en casas de familiares. Es el caso de la vecina de portal de Ángel, la ucrania Elena Nikityuk, de 38, y que trabaja en un almacén de verduras. Elena, que paga 550 euros mensuales de hipoteca, se atrevió a entrar en el domicilio para recuperar su canario. El animal, ya sin agua ni alpiste y después de un lustro de vivir sin nombre, ha sido bautizado Once, como la fecha del terremoto.

Por la noche, todos los inmuebles alrededor de la avenida de Europa, a lo largo de la cual se sitúan los barrios de San Diego y San Cristóbal, dos de los más castigados, aparecen sin luz. Aunque los daños son más notables en los bajos y en las primeras plantas de los edificios, que han absorbido el estallido del terremoto, los habitantes de las plantas altas todavía no se han atrevido a ocuparlas.

En La Viña, los habitantes del edificio más dañado de la ciudad, conocido con el pomposo nombre de Puerta de Lorca, una de cuyas fases se desplomó matando a una mujer, se quejaban de que en su inmueble aparecieron enormes grietas desde meses antes del seísmo. "El constructor y la administradora se quitaron de en medio", afirmaba Remedios Meseguer, que se ha quedado sin casa.

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Los españoles damnificados generalmente cuentan con redes sociales -de las de verdad, no de las virtuales- que les acogen en sus casas. En el caso de los extranjeros, el regreso a los domicilios dañados es por verdadera necesidad de recoger enseres para luego ir a los diferentes campamentos habilitados por los servicios de emergencia.

Bright y Estela Odeh, matrimonio nigeriano que trabaja en el envasado de verduras, regresaron ayer a su casa, en la céntrica plaza Saavedra, con su hijo Godstime, de siete meses. "En el campamento no hay instalaciones buenas para lavar a los niños, yo tengo que limpiar a mi hijo con su propia ropa y luego cambiarlo", relata la madre. "Pero tuvimos suerte, gracias a Dios podemos contarlo".

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Sobre la firma

Fernando J. Pérez
Es redactor y editor en la sección de España, con especialización en tribunales. Desde 2006 trabaja en EL PAÍS, primero en la delegación de Málaga y, desde 2013, en la redacción central. Es licenciado en Traducción y en Comunicación Audiovisual, y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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