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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Otro caso de furia sagrada

Adaptación del manhwa -es decir, manga coreano- de Hyung Ming-woo, El sicario de Dios se ambienta en lo que bien podría ser la última palabra en antiutopías eclesiales para tiempos de declarada guerra santa: la versión posvaticana de la megaló-polis de Blade runner (1982), vigilada por un Gran Hermano al que se le presupone tonsura y alzacuellos y donde los confesionarios hi-tech puntúan las calles con la generosidad de las viejas cabinas telefónicas. En su segundo largometraje como director, Scott Stewart -técnico de efectos especiales que debutó, curiosamente, con un corto que adaptaba a Raymond Carver- reincide en las obsesiones sacroapocalípticas que recorrían su histérica Legión (2010). Paul Bettany, camino del encasillamiento en papeles rociados en agua bendita, vuelve a ser el brazo ejecutor de su particular sentido de la ira divina en este descontrolado, pero parcialmente divertido, cóctel de película de vampiros, ciencia ficción distópica y western que lanza deliberados, aunque algo imprudentes, lazos al recuerdo de Centauros del desierto (1956).

EL SICARIO DE DIOS

Dirección: Scott Stewart.

Intérpretes: Paul Bettany, Cam Gigandet, Maggie Q, Lilly Collins,

Karl Urban, Christopher Plummer.

Género: ciencia ficción. EE UU, 2011. Duración: 87 minutos

En el juego de equivalencias que propone la película, unos vampiros más cerca de Lovecraft que de la Hammer cumplen el papel de los comanches que espoleaban el viaje de Ethan Hunt. El principal problema es que la forzada severidad del sacerdote guerrero que encarna Bettany no canaliza las turbulencias anímicas de su remoto modelo: prefiere lanzar sus cruces reciclables en estrellas ninja, lo que proporciona sus eficaces momentos de acción para multisalas, pero aporta escaso temblor perdurable.

Con todo, El sicario de Dios no pierde el tiempo y logra que su conciso metraje no se pierda en divagaciones hasta llegar a su gran final: un clímax con tren cargado de vampiros, cargas explosivas y ciudad al fondo que, en su pureza de líneas, parece invertir esfuerzos en evocar la estilización del manhwa original.

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