Dudamel, en su hora de la verdad
Salzburgo aclama al director venezolano al frente de la Filarmónica de Berlín
El Festival de Pascua de Salzburgo, feudo privilegiado de la Filarmónica de Berlín, tiene además de la ópera anual un miniciclo de tres conciertos sinfónicos y una serie de formato camerístico con la denominación Contrapunto. De los tres conciertos orquestales dos son dirigidos por Simon Rattle. El otro corresponde a un director invitado, que este año ha sido el joven venezolano Gustavo Dudamel. Era la primera vez que dirigía en el Festival de Pascua con la Filarmónica berlinesa, lo que supone, se mire por donde se mire, un doctorado en toda regla. Lo que los taurinos llaman la hora de la verdad.
Pasaron cosas raras antes de que Dudamel empezara su actuación. El concertino no salía, la solista y el director tampoco. ¿Qué estaba pasando en este ritual musical de extrema puntualidad? Pues sencillamente que faltaba el contrafagot y había que esperarle. Increíble: el concierto empezó con 19 minutos de retraso. La primera parte estuvo dedicada a Alban Berg con sus siete lieder de juventud para orquesta, compuestos durante los veranos de 1905 a 1908. Contó como solista vocal con la mezzosoprano Christianne Stotijn, que convenció de principio a fin por su línea de canto melodiosa y sutil, muy adecuada para desentrañar el espíritu de estas obras posrománticas y premonitorias. Dudamel acompañó con contención. Dejó cantar y subrayó lo justo. En el tema mahleriano que ofrecieron como propina tal vez se perdió un poco de consistencia global al forzar, como era necesario, un sentido dramático más acusado. La apoteosis llegó con El pájaro de fuego, de Stravinski. Dudamel ofreció una versión limpísima, rebosante de matices, con una proyección rítmica espectacular y con una tensión musical de las que cortan la respiración. Fue humilde en su actitud con los músicos y estos respondieron con una precisión milimétrica a las indicaciones del director. Instrumento a instrumento, sección a sección, y en conjunto, la Filarmónica de Berlín estuvo sensacional, lo que se tradujo en una atmósfera de seducción en la sala que alcanzó cotas mágicas.
El éxito fue inenarrable. Hubo pateo -la máxima manifestación de entusiasmo aquí-, público puesto en pie, aclamaciones interminables. Gustavo Dudamel vivió quizás su noche más hermosa y, sin duda, este concierto constituye uno de los momentos estelares de su prodigiosa carrera. Está ahora en lo más alto, con una madurez impropia de su edad. El sistema venezolano se puede sentir orgulloso. Una situación como la vivida en Salzburgo con este concierto ocurre muy raras veces. La conjunción director-orquesta ha resultado imbatible. Y la chispa de la emoción ha saltado con la máxima naturalidad. El concierto se repite el próximo sábado.
Babelia
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