El gran zoco del parque Güell
Los vecinos quieren que se ponga freno a la invasión de turistas y 'manteros' que padece el recinto
Gafas a cinco euros, pulseras a uno, todo tipo de bisutería, abanicos, bolsos, pañuelos, gorras... Las escaleras del acceso central del parque Güell, el paseo de la entrada de la carretera del Carmel -donde aparcan los autocares- y, sobre todo, la plaza de la Natura se convierten en un gran zoco en cuanto la presencia de los turistas arrecia, generalmente a partir de la primavera. Ayer, sobre la una del mediodía, los manteros no eran menos de un centenar.
Una hora antes estaban escondidos, en grupos de cinco o seis, por encima del paseo de las palmeras. Y entre las plantas y la vegetación, las bolsas y los hatillos que contienen la mercancía, recogida a toda prisa por la cercanía de algún guardia urbano de paisano. Cuando los agentes desaparecen, poco a poco vuelven a sus posiciones. Algunos se encargan de hacer de portadores de la mercancía, que trasladan en grandes bolsas de la parte más alta; otros son los que dan el aviso -suele ser por móvil- de que la policía está cerca.
Los vecinos se oponen a los planes municipales de cobrar entrada
La reacción es inmediata: salén en estampida hacia la zona boscosa. "Se llevan por delante lo que encuentran y más de una vez han derribado a personas en su huida", explica un habitual del parque Güell. O invaden los jardínes, aunque estén cerrados y los jardineros se encuentren trabajando en nuevas plantaciones. El resultado de esas carreras se ve en parterres dañados y plantas rotas. "Trabajamos para el diablo", resume un jardinero. En la explanada central la mayoría de los vendedores son paquistaníes. Abajo se colocan los afganos. También hay algún vendedor autóctono y bastantes sudamericanos que utilizan los bancos como taller. Y para amenizar la cosa, músicos de todo tipo: una bailaora de flamenco, un grupo de percusión... y cientos y cientos de turistas.
Los vecinos de los barrios que rodean el parque -el Coll, Vallcarca, la Salud y el Carmel- son usuarios del parque y están hartos de denunciar la degradación y la pasividad del Ayuntamiento."Esto se ha disparado. Hace unos años solo había una decena de vendedores y ahora cada vez hay más problemas e incidentes", explica una joven vecina de la zona que vende bisutería cuando le falla el trabajo. Las peleas son frecuentes entre los vendedores por un buen espacio para su mercancía. La progresión de los manteros ha sido directamente proporcional al aumento de turistas: el parque de Gaudí ha pasado de tener cuatro millones de visitantes en 2008 a nueve el año pasado.
En el parque Güell hay actualmente varias empresas trabajando: una restaura los elementos ornamentales, otra efectúa trabajos de iluminación y otra ha realizado el nuevo cierre perimetral por la parte más alta del parque. "Era por donde saltaban los manteros", apunta Carmen, una vecina del barrio de Vallcarca que acostumbra a pasear con su madre todos los días por la zona alta. "Por abajo no voy, es una invasión", dice. Está preocupada porque intuye que la nueva cerca -una verja de hierro de unos dos metros de altura- puede presagiar el cierre del parque.
Vecinos de los barrios que rodean el parque se organizaron en una plataforma que se opone a los planes municipales de cobrar por acceder al parque. En realidad, ese plan integral se aparcó hace unos meses porque el bipartito que lidera Jordi Hereu no tenía suficiente mayoría. "En una sesión de trabajo que tuvimos en septiembre, la concejal Imma Mayol nos enseñó el sistema de tornos de entrada y unos chips identificativos para los vecinos", explica Salvador Barrau, presidente de la asociación de vecinos de Vallcarca. Lo que se pretendía con el plan municipal era limitar el aforo de entrada de visitantes -los vecinos tendrían siempre franco el paso- a algo más de 5.000 al día. Un portavoz municipal insiste en que ese plan está aparcado y todos los trabajos que se están haciendo son de mantenimiento y mejora de las instalaciones. La inversión de las mejoras se aproxima a cuatro millones de euros.
"Pues algo se tendrá que hacer, porque no tiene sentido que se gaste tanto dinero en las instalaciones, en la jardinería y en los elementos ornamentales si viene una horda de visitantes que se lo carga", argumenta uno de los guardas, que está harto de llamar la atención a los que se suben a las esculturas y destrozan la jardinería.
Con los manteros tiene más cuidado: "Si hay problemas, yo aviso a la central y desde allí llaman a los Mossos".
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