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Hallados cadáveres entre los restos del Airbus de Air France

Un robot submarino localiza parte del avión a 4.000 metros de profundidad

Antonio Jiménez Barca

Un robot submarino encontró el domingo por la noche restos del Airbus 330 de Air France que la noche del 1 de junio de 2009 se estrelló en el océano Atlántico con 228 personas a bordo cuando viajaba a París procedente de Río de Janeiro. También se han encontrado restos de los cadáveres de algunos de los viajeros. La Oficina de Investigaciones y Análisis (BEA, en sus siglas en francés), el organismo que se encargó desde el primer día de investigar el accidente, mostró ayer imágenes de la carlinga, del tren de aterrizaje y de parte de las alas. Todo, a una profundidad de casi 4.000 metros, en una planicie abisal, a unos kilómetros al norte del punto donde se produjo la última comunicación del piloto del avión con Brasil. La ministra de Medio Ambiente y de Transportes, Nathalie Kosciusko-Morizet, aseguró ayer que en menos de un mes se iniciarán las labores para sacar todo a flote. Sobre los restos de los cadáveres fue particularmente discreta: "Serán recuperados e identificados".

El descubrimiento alimenta la esperanza de que aparezcan también las cajas negras del avión y que, gracias a ellas, se pueda responder a la pregunta que todavía pende sobre el accidente: ¿Por qué se hundió?

Todo sigue siendo un misterio. Durante muchos meses, submarinos nucleares con receptores sonoros hipersensibles y barcos equipados con los mismos dispositivos peinaron la zona en busca de las cajas negras. Estas emitieron durante 40 días un sonido uniforme, de la intensidad de un martillazo. Después se agotó la batería. Y hubo que buscar de otra forma.

Desde entonces se han sucedido cuatro operaciones de búsqueda, que en total han costado aproximadamente 30 millones de euros. Hasta ahora solo se habían encontrado restos del fuselaje, de un ala y 56 cadáveres. Se sabe que el Airbus acababa de entrar en una zona de turbulencias y que posteriormente se estampó contra el mar. Y que había un problema con las sondas que medían la velocidad del avión.

Aunque esto por sí solo no explica el accidente. Desde las tres y media de la madrugada, hora en la que el piloto habló por última vez con Brasil, hasta las cuatro y cuarto de la madrugada, hora en que llegó al puesto de control la última comunicación automática, el avión emitió varios avisos que indicaban una contradicción en la velocidad medida por las sondas. El último de esos mensajes automáticos significaba que la cabina cabeceaba hacia abajo.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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