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Intervención aliada en Libia

El Ejército del régimen siembra de minas la costa libia

El frente se estabiliza en Brega, a 230 kilómetros al oeste de Bengasi

Los milicianos y los ciudadanos de Libia oriental tienen otro motivo de preocupación: las minas. En los alrededores de Ajdabiya, y a pocos metros de la carretera que enlaza esta ciudad con Bengasi, el vehículo de unos trabajadores de una compañía eléctrica aplastó el lunes uno de estos artefactos. La búsqueda se inició inmediatamente y, aunque se ignora cuántas pudieron sembrar los soldados de Muamar el Gadafi, Human Rights Watch (HRW) denunció ayer que se han encontrado dos docenas de minas antipersona, prohibidas por un tratado internacional firmado en 1997, aunque no suscrito por el régimen del dictador.

Fueron desactivadas también 24 antitanque, legales aunque se viole a menudo la legislación humanitaria por su uso contra objetivos civiles. Esta ONG, laureada con el Nobel de la Paz por su campaña para la erradicación de estas armas, apeló al Ejército para que deje de utilizarlas. Tal apelación a Gadafi, que continúa bombardeando ciudades, es una petición a oídos sordos.

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Ajdabiya fue conquistada el 17 de marzo por los militares libios, que durante 10 días provocaron serios destrozos en la ciudad que abre el camino a Cirenaica. En ese lapso enterraron las minas, según HRW. Los sublevados también cuentan con decenas de miles de ellas, después de que los depósitos del Ejército fueran abandonados en Bengasi al comienzo de la revuelta. Han prometido que no las usarán.

La guerra en Libia se estancó ayer en torno a la ciudad petrolera de Brega, 230 kilómetros al suroeste de Bengasi. El bando rebelde no avanza porque no puede, dado su raquítico armamento. Las fuerzas de Gadafi, bien adiestradas, porque parecen hacer la guerra con sentido, asegurando posiciones antes de seguir hacia delante. Las dos partes coinciden en estar bien atentas a quien en realidad tiene capacidad para dar un golpe sobre la mesa, aunque no tenga interés alguno en hacerlo: la OTAN, que ayer asumió el mando de las operaciones.

El Consejo Nacional, Gobierno de transición de los insurgentes, habla de miles de mercenarios chadianos combatiendo en las filas de Gadafi; de que las tropas del dictador emplean armas israelíes; de que están perpetrando un genocidio en Libia occidental contra una tribu bereber... Algo de cierto puede haber en alguna de estas acusaciones, porque se ven de vez en cuando pasaportes de países africanos en manos de los insurrectos y los destrozos provocados por la artillería en viviendas civiles son evidentes en ciudades como Ajdabiya y Ras Lanuf.

Se percibe, no obstante, un punto de exageración en las imputaciones del Consejo. Seguramente porque quieren que los aviones aliados sigan calcinando tanques y vehículos blindados del déspota en campo abierto. Sumaban ayer más de 96 las horas en que los cazabombarderos de la alianza no atacaban a las tropas del tirano en tierra. Anders Fogh Rasmussen, secretario general de la OTAN, ha reiterado lo que se constata en el desértico frente de batalla: "Se protegerá a los civiles y las zonas de población civil bajo la amenaza de ataques". De momento, se repite el patrón: los pilotos lanzan misiles cuando los militares libios tienen a tiro las ciudades. Y no siempre. Misrata, la tercera ciudad del país, no lejos de Trípoli, fue martilleada de nuevo por la artillería de Gadafi desde las inmediaciones de la zona urbana. Una rutina desde hace cinco semanas.

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