¿Quién teme al lobo feroz?
Por unas horas, Barcelona se convirtió en salvaje territorio de leyenda
Lobos sueltos en Barcelona, ¡Auuuuuuu! Por unas horas los ciudadanos -los más aprensivos e imaginativos al menos- hemos podido experimentar la emoción y el terror atávicos que provoca el gris depredador, protagonista de tantos cuentos y leyendas. Dado que no ha habido mordiscos, podemos decirlo: ¡qué bonito!
Recordemos que no es Barcelona la primera ciudad en sufrir una psicosis lobuna. Ya París, ¡París, señores!, experimentó el pánico a los lobos merodeadores, si bien en el siglo XV, que es hace un rato. Efectivamente, en febrero de 1450 la manada del célebre Courtaud -uno de los pocos lobos con nombre aparte de Akela, Fenrir, Calcetines (el de Bailando con lobos ¿recuerdan?) y Lon Chaney Junior- irrumpió en la capital francesa a través de una brecha en las murallas y sentó sus reales en el lugar que a partir de entonces se conoció como Le Louvrier y luego como el Louvre (para mí que es demasiado bonito para ser verdad, pero lo cuentan fuentes sólidas, así que ahí queda). Desde allí los lobos del dicho y peludo Courtaud se dedicaron a cazar parisienses, hasta 40. Courtaud es un precedente, claro, de la bestia de Gevaudan, que atacó a más de 100 personas y se comió, al menos en parte, a 64 de ellas. No parece que los barceloneses hayamos corrido peligros similares. La loba Penélope -desde ahora Pe- y su núbil hija no llegaron finalmente a abandonar el recinto del zoo mientras algún entusiasta, como quien firma estas líneas, las rastreaba infructuosa pero valerosamente en los alrededores del mercado del Born, desatando la natural alarma.
No podemos -¡ni queremos!- dejar de hablar aquí de otro de nuestros lobos favoritos, Custer Wolf, el famoso cánido que se zampó 25.000 dólares en ganado en Dakota del Sur entre 1910 y 1920, llegándose a merendar 30 ovejas en una noche. Custer Wolf, que era un lobo blanco a lo Jack London -esa maravilla no ha llegado, snif, al Born-, actuaba acompañado por dos escoltas, una pareja de coyotes, que se aprovechaban de sus matanzas. Al bicho lo despachó el legendario as de la caza de lobos americano H. P. Williams, que ya había acabado con otro notorio animal, el conocido como Split Rock Wolf de Wyoming.
En fin, volvamos a casa. De nuevo los animales nos causan sobresaltos. Elefantes, jabalíes, lobos... ¿Qué será lo próximo? Mmmmm. En este caso, independientemente de que haya que controlar que el zoo no se nos vuelva un coladero y de que se deba evitar que los colegiales de visita se conviertan en caperucitas rojas, hay que agradecer que la situación nos haya devuelto por unas pocas horas de un miércoles cualquiera a ese mundo maravilloso de aroma salvaje que creíamos confinado para siempre en los libros. ¡Auuuuuuu!
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