A la guerra con la casa a cuestas
Los milicianos rebeldes marchan en furgonetas hacia el frente con pocas armas y cargados de víveres
Armas no abundan en los vehículos de los milicianos libios que parten hacia el frente, y las que portan no atemorizan demasiado a los soldados de Muamar el Gadafi. Pero no pasarán hambre. Marchan con la casa a cuestas. A menudo, pareciera que van a disfrutar de una tarde campestre. A lomos de camionetas japonesas y coreanas, pero también coches, transportan de todo: colchones y mantas; teteras, cazuelas, platos, tenedores y vasos de cartón; cebollas, patatas, latas de atún, azúcar, aceite de oliva, carne y cajas de quesitos; tabaco, camisetas y calzoncillos. Incluso autobuses que parecen de línea circulan repletos hacia el campo de batalla. Desde un depósito de la compañía petrolífera Harouge Oil Operations, en Ras Lanuf, salen las camionetas repletas de alimentos. Quien quiera se acerca y se lleva lo que desee. El último control de los sublevados contra Gadafi -en Bin Yauad, 60 kilómetros al oeste- parece un zoco. Aunque en este improvisado mercado no se vende nada.
El trasiego de las camionetas es constante a través del desierto
Todo es gratis, para los insurrectos y para cualquiera que pase por allí. En tiempos de guerra, la ola de solidaridad implica a casi toda la población. Muchos días, en cualquier cruce de carreteras, los insurgentes tiran por la ventanilla del coche el desayuno a los extranjeros, especialmente bien tratados. El trasiego de las camionetas es constante a través del desierto. Algunos tipos armados en lujosos, aunque desvencijados, Mercedes o BMW. Muchas de las llamadas pick up con las ametralladoras y baterías aéreas montadas; unas pocas con lanzaderas de cohetes de Grad. Casi todos con jóvenes y hombres -los shabab, en lengua árabe, los muchachos, el nombre que los libios dan a los combatientes- con su Kaláshnikov a cuestas. Esas camionetas son el vehículo de transporte de la milicia que combate a las tropas del dictador que, estas sí, disponen de vehículos de transporte blindados y de camiones para transportar tanques, docenas de ellos abrasados en los arcenes y en las dunas.
Bin Yauad es un caos. Husein, de 25 años, acaba de regresar después de 10 días de lucha. Nadie le ha dado permiso. "He decidido que me voy a ver a mi familia en Ajdabiya", dice. Su rostro denota agotamiento. Como el que soportan los shabab que duermen al aire libre en las camionetas Toyota, Nissan, Mitsubishi o Kia.
El problema es la gasolina. La mayoría de las estaciones desde Bengasi hasta Bin Yauad -400 kilómetros- han cerrado. Ha sido zona de guerra durante semanas. Pero para todo hay remedio, aunque exija paciencia. Los lugareños han desvencijado las tapas de los depósitos y sacan la gasolina con pequeñas botellas atadas a cuerdas. Los guerrilleros gozan de cierta preferencia para repostar sus camionetas, que llegan por decenas a Bin Yauad. A ellas se encaraman chavales, incluso en marcha. Las hay tuneadas, bastantes con la procedencia del guerrillero -Tobruk, Al Baida-, y todas ellas con la bandera roja, verde y negra, la enseña de la monarquía que derrocó el tirano.
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