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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El turno de Siria

Bachar el Asad se arriesga al ostracismo internacional por reprimir a tiros las revueltas

El presidente sirio, Bachar el Asad, ha optado por reprimir a sangre y fuego las crecientes protestas de los ciudadanos que, como en el resto de los países de la región, reclaman un sistema democrático que ponga fin a cuatro décadas de tiranía, nepotismo y corrupción. El balance de víctimas mortales superaría el centenar en apenas una semana, una escalofriante cifra que está deslegitimando definitivamente el régimen sirio sin conseguir doblegar la voluntad de los manifestantes. El Asad se cuenta entre los gobernantes que no ha comprendido la dimensión del cambio que está teniendo lugar ante sus ojos. El presidente sirio ya no engaña a nadie sobre la naturaleza de su régimen ni sobre sus verdaderas intenciones. Nada más iniciarse en Túnez y Egipto la ola de revueltas, las dictaduras de la región dispusieron de una última oportunidad para atender por vías pacíficas las reivindicaciones de los ciudadanos. No solo la despreciaron, sino que han buscado deliberadamente el conflicto. Aun cuando logren imponerse mediante la fuerza, su suerte está echada.

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Siria y Argelia fueron los únicos países de la Liga Árabe que no apoyaron el establecimiento de una zona de exclusión aérea sobre Libia. Ahora se sabe el motivo, al menos en el caso de El Asad: como Gadafi, confiaba en la represión para mantenerse en el poder. Esta opción significa arriesgarse al ostracismo regional si las revoluciones democráticas de Túnez y Egipto siguen su curso. Pero también al aislamiento internacional, puesto que las grandes potencias ya no podrán seguir fingiendo que del cauteloso diálogo con los tiranos saldrá jamás algo parecido a un sistema democrático.

La revuelta siria, y la brutalidad del régimen de El Asad, ha extendido el acta de defunción de las diplomacias europea y norteamericana hacia el Magreb y Oriente Próximo. La multiplicación de los focos de tensión obligaría a sustituir las respuestas improvisadas caso por caso por un enfoque general que solo podría salir de una mínima concertación transatlántica, que debería tratar de incorporar a los países que ya han iniciado la transición y, en su caso, a las potencias emergentes que no consideren legítimo sacrificar las libertades al crecimiento de sus economías. Avanzar, siquiera avanzar algo, en un marco de respuesta claro, contribuiría a afianzar la primavera árabe, alejando los crecientes riesgos.

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