Una pasión ensimismada
En Mademoiselle Chambon, adaptación de la novela homónima de Éric Holder, el adulterio no tiene tanto que ver con la pasión como con su asfixia silenciosamente culpable. La infidelidad no es contemplada como huida, sino como ensimismamiento, una zona de silencio abierta en el centro mismo de la tranquilidad conyugal de la que el protagonista masculino no puede escapar. El cuarto largometraje de Stèphane Brizé, director de No estoy hecho para ser amado (2005), se abre con una secuencia que acredita el poderío de cierto cine francés para captar las pulsiones de lo cotidiano: las dificultades de un matrimonio a la hora de ayudar a su hijo en los deberes escolares.
El resto de la película se convierte en un catálogo comprimido de otra tendencia más reprobable, no menos francesa: el manierismo del sentimiento y una debilidad por esas poses lánguidas diseñadas para satisfacer el mínimo común denominador del público medio de los circuitos de cine en versión original. La Mademoiselle Chambon del título, de hecho, funciona como la última palabra en fantasías románticas vertiente gafapasta: cuando toca el violín de espaldas o cuando se queda arrobada ante el vapor de una taza de té, este crítico no podía dejar de pensar en que la película de Brizé probablemente le parecería un objeto extraterrestre a alguien como Nacho Vidal. Las lágrimas, trazadas con tiralíneas, que recorren los rostros de los amantes cuando se acerca el clímax final aportan el único temblor de la función y sintetizan el espíritu del conjunto.
MADEMOISELLE CHAMBON
Dirección: Stèphane Brizé.
Intérpretes: Vincent Lindon, Sandrine Kiberlain, Aure Atika, Jean-Marc Thibault.
Género: drama. Francia, 2009. Duración: 101 minutos.
Babelia
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