El vencedor de batallas perdidas
Hace ya 60 años que se ataca a los ecologistas representándoles como seres idealistas equivocados, utópicos trasnochados, activistas subversivos, ignorantes exaltados, tontos útiles, lacayos de potencias extranjeras e incluso se inventó el término de ecologista de salón para mayor desprestigio.
Los enemigos de los ecologistas disponían de todos los medios necesarios para ganar menos uno: y es que los ecologistas, y ahí está la historia para confirmarlo, siempre tenían la razón. Una razón que tarde o temprano -muchas veces, demasiado tarde- ha acabado por ser aceptada por la sociedad.
Desde la conservación de espacios a la protección de especies en peligro de extinción, pasando por la destrucción de la capa de ozono, la contaminación de las ciudades y los ríos, el urbanismo salvaje de la costa, el cambio climático o los peligros de la energía nuclear, la realidad que es muy testaruda ha dado siempre la razón al movimiento ecologista. Los industriales que tan solo velan por sus ganancias, los políticos a quienes solo importan los votos, y los peores de todos, los técnicos que sabiendo lo que saben sobre el tema, y siendo los testigos más fidedignos, ocultan información o descaradamente mienten y venden la salud pública por un miserable puesto de trabajo.
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