La lección de civismo de los japoneses
Incrédulos y anonadados, los occidentales contemplamos boquiabiertos las muestras de solidaridad, compasión, afecto y sincero respeto que los ciudadanos japoneses se dedican unos a otros en pleno infierno, al borde de un desastre nuclear. La amabilidad está presente en cada gesto, en cada palabra, y ni el terremoto ni el tsunami han podido relegarla a un segundo plano. Ha quedado patente que la cortesía japonesa no es solo una cuestión de "apariencias", sino de profundas convicciones.
Y eso, al occidental, (des)educado en el principio del "primero yo, luego yo y después yo", le sorprende enormemente. No entiende cómo, en medio del caos, alguien puede "perder el tiempo" en estas -a su juicio- nimiedades solidarias, cuando lo que tocaría es un "sálvese quien pueda" a grito pelado. Y ahí está la confusión: el japonés no entiende su vida si no es en un contexto de comunidad. Y es precisamente este profundo sentido de responsabilidad cívica, este sentimiento de respeto por la dignidad del "otro", el que hace posible que la gente -en su mayoría también víctimas- sea capaz de mantener la serenidad para ayudar a los otros a no perder la suya, traten de aliviar el dolor de sus vecinos aun cuando el suyo duela más, o renuncien a hacer acopio extra de existencias de primera necesidad para que también haya disponibilidad para los demás.
Esta es la esencia de la auténtica cortesía, la del "usted primero" llevada hasta sus últimas consecuencias: procurar el beneficio del otro por encima del propio, aun en las circunstancias más adversas. Menuda lección.
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