Poesía y verdad en el Real
El expresionismo elegante de Willy Decker da un toque de distinción a un 'Werther' con José Bros y Sophie Koch
En julio de 1999 se representó por última vez Werther en el Teatro Real. La sombra de Alfredo Kraus flotaba entonces en el ambiente. El tenor canario bordaba el personaje que da título a esta obra con su línea de canto perfeccionista y etérea. Ramón Vargas resolvió entonces la difícil papeleta de esta herencia con un encanto envolvente. El tiempo pasa y los recuerdos vuelven.
José Bros toma ahora el relevo del personaje creado por Goethe y recreado por Massenet en una combinación franco-alemana tan atractiva como imposible. Lo resuelve vocalmente con convicción pero sin misterio poético. Como actor es limitado, como cantante poderoso. Irá a más en las próximas funciones.
Sophie Koch compone una Charlotte compleja y rebosante de credibilidad en cada detalle. Emociona y a la vez suscita la reflexión sobre un personaje cargado de melancolía romántica. Respira frescura en cada gesto teatral y vocal Auxiliadora Toledano como Sophie y se mantiene a un nivel suficiente el resto del reparto con Angel Ódena y Jean-Philippe Lafont en papeles relevantes.
Emociona y suscita reflexión sobre un personaje cargado de melancolía
Willy Decker es uno de esos directores de escena totalmente reconocible por su estética teatral. Le pasa un poco como a Robert Wilson o a Christoph Marthaler que, aun en las antípodas ideológicas y estéticas, son artistas de una personalidad inconfundible.
Un montaje de Decker no se parece a ningún otro y el público del Real ya lo había podido comprobar en los últimos años con La ciudad muerta, Peter Grimes o El anillo del nibelungo. Planos inclinados, diagonales, simultaneidad de espacios, sillas, objetos o estampas evocadoras, correspondencias de situaciones anímicas, agudos contrastes de color... Se pueden situar sus soluciones visuales -con la colaboración de un escenógrafo tan competente como Wolfgang Gussmann- en un expresionismo estilizado. La atmósfera que consigue en Werther se inclina más hacia la componente alemana, literaria y conceptual de origen, que hacia el matiz melódico y romántico que suscita lo propiamente francés de la música.
Decker juega con la memoria y el deseo, con la poesía y verdad -Goethe, una vez más, emulando el título de su autobiografía de juventud-, con la geometría desafiante y un tipo de narración teatral con tiempos más operísticos que teatrales. A un sector del público no le gustó. A otro le pareció lo más valioso de la representación. Lo que los taurinos llaman división de opiniones.
La dirección musical de Emmanuel Villaume fue tan apasionada como de trazo grueso. Le faltó sutileza y no siempre tuvo una correspondencia equilibrada con las voces. La Sinfónica de Madrid cumplió con lo que se le pedía. La representación resultó, en su conjunto, estimable y el público salió mayoritariamente satisfecho a pesar de algunas pequeñas reservas.
Babelia
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