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Columna
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Petróleo

Carlos Boyero

Veo en La 2, esa televisión tan digna y consecuentemente castigada con audiencias irrisorias, una serie documental sobre cazadores de nazis en la que narran con datos y estupefacción cómo el Gobierno norteamericano se adelantó al soviético logrando un fastuoso botín de guerra al apropiarse de los científicos alemanes que habían construido las devastadoras bombas V1 y V2 que asolaron Londres. No existió un juicio de Núremberg para ellos, sino múltiples honores, y la ciudadanía norteamericana a cambio de que trabajaran con la NASA en la carrera espacial. E imagino que también en la invención de sofisticados instrumentos de muerte. El pragmatismo cínico de los vencedores concedía el perdón a los científicos nazis si los conocimientos de estos podían ser útiles a los que supuestamente les habían combatido para destruir su siniestra ideología.

Me hago estas fútiles reflexiones en el momento que los aliados han comenzado a dar caña en Libia para acabar con esa fiera salvaje con la que tan buenos negocios han hecho en el curso del tiempo. Y te alegras, y piensas que ya era hora, y tienes muy clara la identidad del villano. Pero también te planteas qué tienen que ganar o perder los buenos, los conjurados y los abstencionistas, para liberar al sufrido pueblo libio del tirano. La respuesta se llama petróleo, dinero, economía, esas innombrables cositas que hacen girar el mundo, aunque quede mucho más lírico hablar de principios, libertad y democracia.

En Japón, el otro foco de las casi siempre horrorosas noticias del mundo, abundan las imágenes admirables, el temple y la civilización de una forma de ser que los occidentales consideramos enigmática. Los que tienen que convivir con el pánico no han perdido los modales. No hay pillajes ni atropellos. Desechan la ley selvática del sálvese quien pueda, la dignidad es transparente, la gente decide por voluntad propia y responsabilidad cívica dejar Tokio a oscuras para ahorrar energía. Una anciana confiesa sin ostentación que lo ha perdido todo en el tsunami, pero añade con sonrisa sabia que, al menos, ha conseguido traerse a sí misma. Es conmovedor. También alentador.

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