Embriones sin fronteras
El nacimiento en Barcelona de un bebé liberado de la predisposición a padecer una forma de cáncer hereditario que había hecho estragos en su familia -cinco mujeres muertas en dos generaciones por esa causa- marca un deseable paso adelante en la selección genética de embriones. Esta técnica ya se venía usando en España para evitar el nacimiento de niños con enfermedades genéticas clásicas, y su ampliación a la prevención del cáncer hereditario es un avance racional y evidente. Así lo entiende la Comisión Nacional de Reproducción Asistida, grupo de expertos que asesora al Ministerio de Sanidad sobre la materia, que ya ha recomendado la autorización automática de los casos similares, lo que agilizará unos procedimientos muy lentos hasta ahora.
En realidad, estos genes del cáncer confieren una propensión tumoral tan elevada que su distinción de las enfermedades genéticas clásicas es más bien escolástica. Con la excepción de las mutaciones del Huntington, que condenan a su portador a padecer esa dolencia neurodegenerativa con un atroz determinismo, todo en la genética se refiere a probabilidades y propensiones, y la selección genética de embriones siempre se puede considerar preventiva en ese sentido. El hecho de que el cáncer no solo dependa de los genes, sino también del ambiente, no supone una verdadera novedad bioética, porque lo mismo se puede decir de casi cualquier enfermedad hereditaria.
No es difícil adelantar, sin embargo, que pronto habrá que enfrentarse con casos de una ética más sutil o delicada. Mientras que pocos se oponen a la selección genética de embriones para evitar enfermedades, su uso para mejorar las cualidades de la descendencia es todavía un tabú. Y sin embargo la frontera no está tan clara. Por ejemplo, hay genes de propensión a las adicciones. ¿Qué significa evitarlos, prever enfermedades o mejora de cualidades? También hay genes que confieren resistencia a infectarse con el virus del sida. ¿En qué casilla caen?
La biología no va a dejar de plantearnos cuestiones éticas cada vez más difíciles. Ni posibilidades cada vez más interesantes. La cerrazón ética de otros tiempos debe dejar paso a una mente abierta y un debate permanente.
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