Manzanares enciende las Fallas
Hay toreros que hacen del toreo poesía; los hay que lo hacen en prosa. Y de vez en cuando sale alguno que combina las dos: el verso y la prosa. Manzanares fue ayer de estos últimos. Donde el ritmo, el gusto, la profundidad, son valores que reunidos todos juntos modelan una obra de arte. Obra maestra la de Manzanares al quinto de la tarde. Por cabeza y corazón. Por técnica y sentimiento.
No pareció ese quinto ser toro de prometer. Manseó en varas y anduvo distraído y suelto, de aquí para allá, en banderillas. También algo rebrincado de entrada. Manzanares comenzó por dejarse querer, tirando de él con suavidad. Al poco, la voluntad del cuvillo estaba secuestrada. La primera virtud: sujetar al toro, que solo viera muleta. A partir de ahí, derroche de cualidades y calidades: sentimiento, gusto, lentitud, profundidad. Todas reunidas en una sola palabra: maestría. La ruta de esa obra no tuvo baches. Por la derecha o al natural. Una primera cita con la izquierda fue como un luminoso anuncio de las que vendrían después. Y entre serie y serie, un monumento al pase de pecho. Sin prisas. Asentado. Con naturalidad. Faena macerada poco a poco. De las que calan de verdad y que no será fácil superar en lo que resta de feria.
CUVILLO / MORANTE, MANZANARES, LUQUE
Toros de Núñez del Cuvillo, muy justos de presencia y manejables.
Morante de la Puebla: dos pinchazos y media (saludos); dos pinchazos y media (silencio).
José Mª Manzanares: estocada (oreja); dos pinchazos -aviso-, dos más, media y descabello (gran ovación y saludos).
Daniel Luque: media (silencio); media tendida (palmas).
Plaza de Valencia, 17 de marzo. 6ª de Fallas. Lleno.
Manzanares quiso coronar la obra. Y, en estos casos, el riesgo hay que asumirlo al precio que sea. Citó a recibir y encontró hueso. No hubo trofeos. Mas fue lo que menos importó a todo el mundo. El recuerdo de la obra maestra supera cualquier dato estadístico. La ovación que Manzanares recogió desde los medios fue, con la plaza entregada, sencillamente memorable.
Sí hubo oreja en el segundo. Buena faena, pero con la impresión de que faltaba toro o sobraba torero. Fácil siempre, no tuvo enemigo ni para empezar. Esta vez hubo acierto con la espada. La estocada que hizo falta en el quinto la dio en este segundo.
La poesía era cosa de Morante. Mas las musas no siempre acuden a la cita con el artista, que sembró el ruedo de destellos en su faena al blando primero. El cuarto quiso enterarse de todo demasiado pronto y a Morante no le hizo gracia tanto atrevimiento. Probaturas y a matar. Con la capa sí encontró Morante la diosa de la inspiración. Las verónicas y las chicuelinas al primero de la tarde fueron para paladares exquisitos.
Daniel Luque, que cerraba terna, fue la precipitación personalizada. Ganas no le faltaron. Prisas tampoco. Y gestos absurdos, como darle cabezazos al sexto, estuvieron fuera de lugar. Sus dos faenas no encontraron equilibrio. Y terminaron sin sentido. Se vinieron a menos pese a los fuegos de artificio finales.
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