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Columna
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Desvergonzados sin fronteras

Lluís Bassets

No hay límites para la vergüenza. A la vergüenza de la jaima le sucederá ahora la vergüenza de la guerra. Primero le autorizamos a cuanta payasada le vino en mente, como instalarse con su jaima en París o Madrid. Ahora le permitimos que asesine a mansalva a sus propios conciudadanos y que conduzca a su país a la guerra civil sin apenas mover un dedo.

Las explicaciones siempre son abundantes y enjundiosas. No hay que darle más vueltas: lo mejor será que sean los propios libios quienes terminen con su régimen asesino y corrupto. Nada les dará más cohesión ni proporcionará mejores fundamentos para el régimen del que se doten en el futuro, que ojalá sea liberal y democrático. Pero a la vista de los últimos acontecimientos, no hay que excluir que los actuales combates se conviertan en una guerra civil con frentes delimitados y dos bandos claramente organizados. ¿Seguiremos sentados en la barrera a la espera de que la suerte determine el vencedor de esta injusta y desigual contienda?

¿Seguiremos sentados en la barrera a la espera de que la suerte determine el vencedor de esta desigual contienda?

Nuestros dirigentes políticos tienen previsto discutir sobre Libia este próximo viernes, tres semanas después de que el coronel Gadafi la emprendiera a tiros y cañonazos contra su pueblo. Al fin habrá una cumbre extraordinaria de la Unión Europea dedicada a la conmoción geopolítica que está transformando el mapa mediterráneo. En todo este tiempo, lo único que ha sabido hacer la UE regularmente bien ha sido repatriar a los que se encontraban en Libia, extremar la vigilancia para evitar que lleguen oleadas de inmigrantes a Malta e Italia, y mandar ayuda humanitaria.

El 28 de noviembre, la UE impuso un embargo de armas y sanciones dirigidas contra Gadafi y su familia, una decisión que se tomó sin debate alguno aprovechando la reunión del consejo de ministros de Transportes. Una parte de las sanciones congela los bienes de los Gadafi, algo más fácil de decir que de hacer, puesto que el dictador ha sabido ponerlos a buen recaudo o situarlos bajo paraguas de entidades oficiales, sabiendo que lo que es del Estado es suyo y de su familia, como sucede en la gran mayoría de las dictaduras y monarquías árabes.

A través de su Banco Central, del Foreign Libyan Bank y del fondo soberano Libyan Investment Authority, la Libia de Gadafi mantiene participaciones en el principal banco italiano, Unicredit; en la Banca Árabe-Europea; en el grupo Pearson (editor de Financial Times y The Economist); en la Fiat, el Juventus y el grupo industrial Finmeccanica, entre otras empresas italianas, así como en varios fondos de inversión americanos, entre los que destaca el prestigioso Carlyle Group. Esto tendría limitada importancia si no le permitiera seguir utilizando sus fabulosos medios financieros para pagar mercenarios y atender a los gastos de la guerra. A pesar de las sanciones tan solemnemente anunciadas, no hay garantía alguna de que hayan cesado los ingresos por petróleo ni de que se le hayan cortado las vías de financiación para su sangrienta aventura.

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Este no es el único capítulo de la desvergüenza sin fronteras. También el mundo intelectual va a salir manchado del súbito cambio de alianzas que el pueblo libio ha impuesto a los países occidentales. Hemos visto ya en qué lugar ha quedado la London School of Economics, donde Saif al Islam El-Gadafi cursó sus estudios, copió su tesis y derrochó su dinero en sobornos. Su director, Howard Davies, ha dimitido y otro prestigioso ex director, Anthony Giddens, el pensador de la Tercera Vía, tendrá que dar alguna explicación por los servicios rendidos al dictador, a través de la consultoría estadounidense Monitor Group.

En la cumbre europea del próximo viernes, desengañémonos, se hablará ante todo de petróleo. También, por supuesto, de la estabilización del norte de África, porque está estrechamente vinculada al mercado del crudo. Pero es de sospechar que poco o nada se emprenderá para ayudar a los insurgentes a derrotar al dictador, sobre todo si la suerte no está echada, no fuera caso de que luego salieran mal las cuentas. Es verdad que los europeos no tenemos política exterior. Tampoco tenemos un ejército común o al menos una fuerza de intervención rápida. Ni siquiera para la gesticulación o la amenaza. Pero lo que no tenemos sobre todo es vergüenza.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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