"Volveré para pelear"
Las víctimas de la brutalidad del régimen respaldan la lucha de los rebeldes en primera línea de combate
Poca gente en el mundo necesitará tanto tiempo para graduarse en la universidad. Tiene 37 años, pero Jaled el Fakary desea a esta edad retomar sus estudios de ingeniería. Tiene una razón de peso para tan largo paréntesis. Doce días después de la matanza de Abu Salim -una prisión de Trípoli en la que los agentes de Muamar el Gadafi masacraron el 29 de junio de 1996 a 1.200 presos que solo pedían ser juzgados y mejoras en las condiciones del penal-, El Fakary ingresó en esa infausta cárcel. "Yo estudiaba en la Universidad de Garyunis, en Bengasi. Un chivato de los servicios de seguridad me acusó de conspirar para derrocar al Gobierno y fui condenado", explica en la capital de la rebelión libia. El universitario es uno de los 110 reclusos que recuperaron la libertad el pasado 15 de febrero, cuando el dictador decidió excarcelarlos para calmar unos ánimos que ya auguraban la revuelta popular que desde entonces sacude el país magrebí.
Jaled el Fakary estuvo preso 14 años en la infame cárcel de Abu Salim
El dictador liberó el 15 de febrero a 110 reclusos para calmar los ánimos
"Cuando me liberaron, me hicieron firmar un documento en el que nos comprometíamos a no tomar parte en actividades contra el régimen, y también nos grabaron en vídeo", explica El Fakary antes de detallar las extremas condiciones de vida en la prisión. "Después del asesinato masivo de Abu Salim, los guardias perdieron la cabeza. Nos dejaban sin luz durante dos o tres días en celdas en las que estábamos 14 hombres con un solo inodoro. También nos abandonaban sin comer y sin salir al aire libre durante periodos de dos o tres días, y no teníamos agua caliente en invierno. Así pasamos cuatro años. A partir de 2000, mejoraron algo las condiciones porque algunas organizaciones de derechos humanos empezaron a preocuparse por la situación en Libia. Y porque el régimen trataba de congraciarse con Occidente", relata el ahora convaleciente en el hospital Yala de Bengasi. Luego veremos por qué convalece.
La noche en que fue liberado, tras 15 años entre rejas, brotaron las primeras protestas porque había sido detenido Fathi Tarbul, el abogado que defendía las demandas, desde años atrás, de buena parte de los familiares de las víctimas de Abu Salim, una atrocidad más de un régimen longevo -más de 41 años- que mató o encarceló a personas según llegaban desde el extranjero.
"Mis tíos llevan casi 40 años viviendo en Estados Unidos y nunca se han atrevido a regresar", comenta Eman Elgasier, una mujer de 32 años, residente en California hasta 1999. Los años ochenta y noventa fueron muy duros en Libia. El autoproclamado "Hermano del Pueblo" o "Guía de la Revolución" se embarcó entonces en una agresiva aventura contra Occidente. Atentados terroristas al margen, Gadafi prohibió la enseñanza de idiomas -inglés y francés- en las escuelas públicas.
"Las pruebas de selectividad para ingresar en la universidad no son muy exigentes. La inmensa mayoría suspende, y no creo que todos sean tan tontos. Se dice que se emplea el sistema del ventilador. Se colocan los exámenes en una mesa junto a una ventana y se enchufa el aparato. Las pruebas que quedan en la habitación son los aprobados", dice Elgasier.
Que Gadafi destrozó deliberadamente el sistema educativo es algo que nadie duda en Libia. Por eso resulta fácil encontrarse hoy día con profesores de estas lenguas, y de otras ramas, que limpian letrinas. Y promovió, es decir, forzó a muchos estudiantes a aprender lenguas africanas que a nadie interesaban en su delirio por convertirse en el líder del continente. Pero volvamos a El Fakary.
"Mis padres me dijeron al llegar a casa que no me uniera a las protestas", cuenta el herido. Y así lo hizo. Permaneció en su domicilio dos semanas. Todo sea por cumplir el deseo de sus padres. Hasta que la impaciencia le carcomió por dentro.
El 2 de marzo no pudo soportar más esa reclusión voluntaria. "Cuando me enteré de que los mercenarios de Gadafi se acercaban a Brega, me inventé un pretexto y salí de casa. Fui a una base del Ejército con cinco amigos. Se negaron a darnos armas, pero mediante otro conocido conseguimos algunos fusiles y marchamos a Brega los seis", asegura sonriente.
El hermano de Jaled había mentido a su madre para cubrir su ausencia la noche del día 2. "Le dije que había tenido una subida de azúcar", afirma sonriente. Cuando estuvo seguro de que el herido no padecía lesiones graves, desveló el secreto. Porque al fin y al cabo, Jaled ha tenido muchísima suerte en su primera aventura militar. Seguramente por primera vez en su vida.
"Cuando llegamos a Brega, los vecinos nos recibieron con leche y dátiles. Estaban muy contentos", narra Jaled. "Fuimos", prosigue, "a las inmediaciones de la universidad". Y ahí la inexperiencia en el campo militar les jugó una mala pasada. "Uno de mis amigos disparó contra los mercenarios, y estos nos localizaron. Nos dispararon granadas y con ametralladoras. Salah y Nabus murieron. Otro compañero fue herido, y cuando los demás fuimos a rescatarlos, me alcanzó la metralla". Los dos ilesos sacaron a los heridos del lugar y los llevaron en un coche al hospital para recibir las primeras curas antes de ser trasladados a Bengasi.
El Fakary tiene la pierna izquierda, el brazo izquierdo y el pecho heridos. Está sereno. "Si Gadafi no ha caído cuando me cure, volveré a pelear", promete. Pero, antes de concluir la conversación, Jaled tiene una petición. Quince años en Abu Salim son demasiados. "Por favor, en esa cárcel todavía quedan 250 presos. Escribe de ellos".
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