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Sarkozy se apoya en un resucitado Juppé para relanzar su presidencia

El mandatario francés acomete el cuarto cambio de Gobierno en un año

Antonio Jiménez Barca

Las carreras políticas en Francia son largas y en ellas tanto caben caídas en desgracia en apariencia definitivas como resurrecciones imprevisibles. Este es el caso del veterano Alain Juppé, de 64 años, condenado en 2004 por malversación de fondos públicos a 18 meses de cárcel -sin cumplimiento de pena- y a un año de inhabilitación. Su futuro político parecía entonces finiquitado, pero reconvertido. Sin embargo, tras la última reforma del Gobierno de Sarkozy del domingo, Juppé ha sido encumbrado al puesto de ministro de Exteriores y es ya una pieza clave del Gabinete. Entre sus misiones se cuenta la de revitalizar la maltrecha diplomacia francesa tras el fiasco de Michèle Alliot-Marie -salpicada por sus relaciones con la dictadura tunecina- y, de paso, la de insuflar aliento a la alicaída marcha de Sarkozy en los sondeos ante las difíciles elecciones presidenciales de 2012.

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Sarkozy disfrazó ayer su minirreforma ministerial, la décima de su legislatura y la cuarta en lo que va de año, con cambios en los determinantes ministerios de Interior, Defensa y Asuntos Exteriores como respuesta a la revolución que experimenta el mundo árabe. Pero hay algo más: la necesidad de reconquistar a la ciudadanía que le apoyó en 2007 y que le da la espalda ahora, según las encuestas de opinión. El 14 de noviembre, tras la aprobación de la polémica y muy contestada reforma de las pensiones, Sarkozy cambió también el Gobierno y por la misma razón. Pero no ha funcionado. Los sondeos le siguen situando en la zona más baja desde su elección: entre otras razones, se cuentan las polémicas vacaciones de Alliot-Marie en Túnez y las algo menos polémicas -pero también muy criticadas- del primer ministro François Fillon en Egipto. De nada ha servido por ahora, de cara a su popularidad, la presidencia del G-20 y el G-8, en las que el jefe del Estado francés ha puesto muchas esperanzas de proyección.

Por eso, a 15 meses de las elecciones, Sarkozy busca otra vez la tecla buena. Tal vez sea tarde. Brice Teinturier, director de la empresa de sondeos Ipsos France, comentaba ayer a Le Monde: "Es prematuro decir que Sarkozy está acabado. Pero, en buena lógica, él no conseguirá un segundo mandato".

Juppé, nombrado en noviembre ministro de Defensa, unánimemente reconocido como un excelente ministro de Exteriores entre 1993 y 1995, ha puesto sus condiciones -un margen de maniobra considerable- y se ha comprometido con algo en lo que él no creía del todo en un principio: en agosto, cuando Sarkozy le ofreció un puesto en su nuevo Gobierno, Juppé, según Le Figaro, le respondió: "Hoy por hoy, no está claro que tú resultes reelegido. ¿Me interesa subirme al Titanic?". No solo se ha subido, sino que ahora, junto a Sarkozy, lo dirige, transformado de hecho en una suerte de primer ministro bis, casi a la altura de Fillon, que ha visto cómo ha perdido terreno en cuatro meses.

La minirreforma del domingo también afecta a uno de los ministerios más queridos, seguidos y explotados desde el punto de vista electoral por el actual presidente de la República: el de Interior, hasta el domingo en manos de Brice Hortefeux, amigo personal de Sarkozy desde hace 30 años. Además de que las tasas de delincuencia no acaban de mejorar, Hortefeux fue condenado en 2010 por injurias racistas. En junio se decide el recurso. Y Sarkozy no quiere más mediáticos embrollos judiciales con los miembros del Gabinete. Para sustituirle ha elegido a Claude Guéant, hasta ahora secretario general del Elíseo y un poder en la sombra: en resumen, otro hombre de confianza para un ministerio que Sarkozy considera crucial para su futuro.

Alain Juppé, ayer durante una conferencia de prensa.
Alain Juppé, ayer durante una conferencia de prensa.REGIS DUVIGNAU (REUTERS)

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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