Un día de cólera
En la obra de Pérez-Reverte destacan dos novelas, Cabo Trafalgar y Un día de cólera, que muestran, junto con la saga Alatriste, el empeño del autor en reivindicar una historia de España menospreciada en los actuales manuales de enseñanza, que falsifican el pasado para adaptarlo a las politiquerías de cada taifa autonómica.
Las dos novelas citadas se caracterizan por estar exhaustivamente documentadas, incluso recurriendo a materiales normalmente reservados al mundo académico.
Este empeño personal de Pérez-Reverte por levantar rigurosa acta notarial del material que novela constituye su personal homenaje a los héroes anónimos que protagonizaron los acontecimientos. Sin embargo, esa constancia que podríamos considerar extraliteraria no disminuye en absoluto, más bien aumenta, el pulso de una narración que en ningún momento decae y que subyuga al lector y lo arrastra a través de 300 páginas de mantenido interés.
La narración atrapa al lector y lo lleva a 300 páginas de mantenido interés
Se puede percibir el temblor de la tierra bajo la carga de la caballería pesada
En Un día de cólera, Pérez-Reverte se somete a la plantilla de la historia para reconstruir minuciosamente medio millar de circunstancias particulares que conforman, como un ser colectivo, el valor de los hombres y mujeres protagonistas del levantamiento del 2 de mayo de 1808.
No se trata de un episodio inédito en la literatura española. El propio Pérez Galdós lo noveló con eficacia y una memoria más cercana a los hechos. La originalidad de Pérez- Reverte reside en su punto de vista. Se ciñe a contar lo que allí sucede desde la mirada de la gente implicada en aquella súbita explosión de ira y odio.
En Un día de cólera se mueven casi 300 personajes de carne y hueso, con nombre, apellidos, oficio y circunstancias personales. Sin embargo, no se trata de una crónica periodística sino de una novela de acción y, a un nivel que el lector solo percibe después de cierto tiempo, de reflexión sobre el ser y la realidad de España.
Pérez-Reverte nos pasea por la boca de un volcán en el que reconocemos lugares de Madrid que nos son familiares. Nos hace sentir emociones directas, sin subterfugios, como si perdidos en el túnel del tiempo hubiésemos amanecido en la Puerta del Sol en el momento que retrata Goya, cuando la chusma encolerizada se lía la manta a la cabeza, empalma las facas y se lanza a matar mamelucos más atenta a la pulsión de la ira que a su propio instinto de supervivencia.
Un día de cólera no consiente al lector distanciarse de la narración. Es una novela casi desprovista de adjetivos, con ese lenguaje objetivo, directo y frío que Flaubert admiraba e imitaba del código legal. Desde el primer párrafo nos arranca de la cómoda distancia en la que solemos considerar el artificio literario y nos planta en medio de la batalla para que participemos de la acción y nos impliquemos personalmente en la minuciosa trama de vidas y muertes que allí se despliega. En sus páginas percibimos el temblor de la tierra bajo las cargas de la caballería pesada, el sabor acre de la pólvora quemada, el hedor de los desventrados intestinos, el brillo del sol sobre las corazas y los chacós negros, el estampido del cañón, los toques de corneta, el apagado rumor de las macetas que abren cráneos y derraman seseras...
El lector, atrapado en la narración, sin respiro, no puede apartar la mirada de estas páginas como no puede apartarla de los cuadros que Goya dedicó a aquella jornada. Fascinado, asiste a la sangrienta coreografía que desencadenan la cólera y el miedo, el puro instinto de matar y el horror de los que en medio de la locura, en uno u otro bando, aún son capaces de calibrar los alcances y consecuencias de lo que está ocurriendo.
Mañana, viernes, por solo 7,95 euros con EL PAÍS, Un día de cólera.
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