Alemania en la picota
La crisis ha puesto de manifiesto las insuficiencias y gravísimos fallos de la Unión Europea. El primero y principal es la falta de un proyecto común, escindida entre los que pretenden una unión económica y monetaria que exige avanzar en una mayor integración política, y los que tan solo quieren, conservando los Estados miembros el máximo de soberanía, un mercado único en continua expansión. Al no contar con una visión compartida del objetivo final, la crisis ha alentado especulaciones sobre el posible fracaso del euro que ha llevado a algunos incluso a preguntarse si la Europa unida tendrá futuro.
Cierto que la escisión viene de lejos, con la entrada de Reino Unido en 1973, pero se refuerza con la ampliación al norte (1995) y al este (2004) de modo que la Europa de los 12 poco ya tiene que ver con la actual. El cambio fundamental consiste en que el eje franco-alemán ha dejado de desempeñar la función de piloto que tuvo en el pasado, carencia que la crisis ha puesto de relieve como la segunda deficiencia de la Unión. Navegamos a la deriva, sin que nadie lleve el timón.
El intento de reconstruir el eje franco-alemán tras los ataques al euro confirma la primacía de Berlín
La Alemania unificada que recobra la soberanía en un mundo en que había terminado la división bipolar de la guerra fría, rompe el anterior equilibrio entre una Francia, políticamente fuerte, capaz de mostrar una cierta autonomía ante Estados Unidos, y una Alemania dividida en dos Estados, cada uno sometido a una de las dos grandes potencias mundiales. Empero esta Alemania políticamente tan débil había logrado alzarse a la primera potencia económica de Europa. Las distintas monedas europeas, o bien se movían en la órbita del marco, o si mantenían una cierta independencia, lo pagaban al alto precio de tener que ir devaluando su moneda, como les pasaba al franco francés y a la peseta. Alemania, en palabras de Willy Brandt, era un enano político y un gigante económico. Se comprende que, una vez que Alemania recobrase la soberanía con la unificación, Francia presionase para sustituir el marco por una moneda común que no regula el banco central alemán, sino uno europeo en cuya dirección participan todos.
Poco contaba ya en la Europa de los 27 el eje franco-alemán, cuando los intentos de reconstruirlo para afrontar los ataques al euro puso de relieve la primacía en solitario de Alemania. Como los demás países de la eurozona, estaba también partida entre los intereses nacionales y los grandes beneficios que a todos, pero en especial a este país, había aportado el euro. A pesar del error garrafal de rechazar en un primer momento ayudar a Grecia por motivos de política interna -elecciones a la vista y enorme presión de la prensa más demagógica de no regalar el dinero alemán a gente que a cuenta de los otros viviría muy por encima de sus posibilidades- nadie podía dudar de que Alemania, seguida por Francia, se podrían a la cabeza del salvamento del euro. La vuelta a las monedas nacionales llevaría a los inversores a especular a la baja con las más débiles y al alza con el nuevo marco alemán, lo que traería consigo la paralización caótica de toda la economía europea con el probable desplome de la UE.
Si para proteger al euro le corresponde a Alemania poner sobre la mesa por lo menos el 25% de los recursos que en el peor de los casos podrían necesitarse, se comprende que trate de negociar las condiciones para que la operación tenga éxito y pueda recuperar lo prestado. Esta actitud ha llevado a los países deudores con economías débiles a sumarse a la indignación de los que sufrieron la ocupación alemana, o tuvieron que hacer enormes sacrificios para impedir en dos guerras que Alemania se estableciese como una gran potencia, y al final se encuentran con que los perdedores de antaño son los ganadores de hoy. De Alemania se espera que sea el motor económico de Europa, pero no se tolera que pueda ser el adalid que marque la ruta. Como Alemania lo sabe, cabe confiar en que por el bien de todos encontrará la manera de cooperar sin imponer.
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