Canon, línea y figura
Mucho antes que en las modelos de pasarela, la anorexia se cebó en las bailarinas de ballet. La mayoría de los dramáticos casos, que hubo y acaso hay muchos, quedaron sepultados bajo toneladas de tul y maquillaje. Atribuir a George Balanchine la responsabilidad de este indeseable fenómeno es una injusticia y un desatino; también le dijo a Gelsey Kirkland: "Ponte morros"... ¡Y se los puso! Y no por ello proliferaron las bocas siliconadas en el ballet americano. De lo que sí se operan numerosas bailarinas es de las mamas: se las quitan, pues no casan bien con la línea clásica, pero tampoco se pregona; en tiempos, se les vendaba el pecho, como a las chinas los pies.
Hace ocho años, la bailarina Anastasia Volochkova (San Petersburgo, 1976) fue separada del Ballet del Teatro Bolshoi de Moscú por su sobrepeso: sus partenaires se negaban a levantarla. Ella lo desmintió y peleó en los tribunales moscovitas, que le dieron la razón: fue readmitida, pero jamás volvió a obtener un protagónico. El ballet académico tiene un canon y una estética que cristaliza a finales de siglo XIX precisamente en Rusia y sus artífices son Marius Petipa y Lev Ivanov; allí cobró entidad definitiva la idea del ensemble: 24 o 32 mujeres idénticas, el cuerpo de baile perfecto. Ya en nuestros días, este perfil se ha ido afinando y afilando hasta el absurdo. También hay una obsesión de lo políticamente correcto y por no faltar, se falta a la objetividad: el ballet no admite el sobrepeso, es contraproducente al ojo estético. Pero la morfología es la que es. Eso no cambia, lo que se modela es el conjunto del cuerpo hasta conseguir el efecto deseado, el armónico, la línea justa y el dibujo formal que, llevado a la dinámica corporal a través de la técnica balletística, hará el resto y llegará, en algunos casos, a ser arte.
El intento de linchamiento del crítico Alastair Macaulay del The New York Times es inadmisible. Su periódico le permitió defenderse de los ataques en un informado y clarificador artículo. Macaulay defiende el sostenimiento del canon académico del ballet, no otra cosa, como verdadero eje de su pervivencia.
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