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Crítica:las colecciones de EL PAÍS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un mapa, un barco, un tesoro

Jacinto Antón

¿Quién no ha querido enamorarse de la persona equivocada y embarcarse en su compañía en busca de un tesoro sumergido, sorteando peligros? Un mar, un bergantín, un misterio, un amor, un mapa... ¡zarpemos!

La carta esférica, que tuvo versión cinematográfica en 2007 con Carmelo Gómez y Aitana Sánchez-Gijón, es la gran novela de aventuras de Arturo Pérez-Reverte -aunque en esta no haya esgrima- y la más arrebatadoramente romántica, la más evocadora, quizá también la más inocente, en el mejor de los sentidos. Toda ella está entregada sabia y gozosamente a las reglas esenciales del género y uno de los muchos placeres de su lectura reside en ver cómo juega con los modelos y homenajea a nuestros más queridos clásicos, de Lord Jim a Moby Dick, pasando por The wreck of the Mary Deare -la apoteosis de la palabra "derrelicto"- y sin olvidar al capitán Hadock, a Patrick O'Brian, a Justin Scott, al Palestine, al Emdem, o la Odisea, el paradigma de las aventuras navales

Pérez-Reverte nos embarca en una gran y romántica aventura marina

También hay mucha de esa filosofía de la derrota, de ese pesimismo existencial, cansado y lúcido que ha ido madurando tanto en Pérez-Reverte hasta devenir una ética pero que aquí se aplica al mundo del mar -el mar que todo lo vence- inflamándolo de una oscura pasión nutrida de la nostalgia de puertos, barcos, faros y el canto de los estibadores negros, doliente como el jazz. El autor nos regala algunas páginas navales maravillosas de esas en las que resuenan los golpes de lona de las velas al flamear y el roce de las estachas que parece arañarte el corazón.

Imposible no engancharse desde el principio a la peripecia de Manuel Coy, el marino, marino sin barco, que, perdida la gracia del mar por un quítame allá ese portacontenedores, su Patna de 40.000 toneladas -un error de navegación lo tiene cualquiera-, malvive desterrado de su medio, encallado, y se consume en tierra como un reverso de Anteo -"la tierra pudre a la gente"-.

Coy es en buena medida un trasunto del propio autor, al que también le gusta dar simbólica caza a otros barcos en su velero, y el más arquetípico de varios héroes perezrevertianos similares, el más reciente avatar de los cuales es el capitán Lobo de su última novela, El asedio. Son hombres valientes, de una pieza, sin dobleces ni vericuetos, de una honesta masculinidad, curtidos en salitre, fracasos y desengaños, ásperos, rudos si es necesario pero siempre nobles de espíritu, no solo gente de brújula, sino de sextante; y ello lleva, paradójicamente, a que tengan un flanco muy frágil, sobre todo del lado del corazón. Aunque capaces de ser muy cínicos y feroces, de ganar una pelea con una inesperada patada "en la bisectriz" o un balazo en la rodilla, no saben en realidad jugar sucio, lo que se dice sucio. Y así les va. Es curioso lo que nos gusta a los hombres creernos de tal guisa, aunque estemos tan lejos de esa horma como de Corto Maltés; debe ser genético.

Coy es escéptico, incluso desconfiado, ha leído lo que hay que leer sobre el mar -en cambio, bromas de Arturo, Durrell le suena "a nombre de pila alcalina" y nada en Alejandría, sostiene, justifica cuatro tomos (!)-; viste una chaqueta conradiana, conoce los ángulos oscuros del ser humano y lleva en su alma cicatrices parecidas a las dejadas sobre muelles y norays por cabos de acero y bordas oxidadas. Pero todo eso no le impide caer en las redes -y valga la figura en esta novela marina, a ratos negra- de Tánger Soto, la chica. Rubia, ojos azules, pecas, misterio, Tánger es el puro arquetipo, ay, de lo que nos pierde; la sirena. La conoce nuestro héroe en una subasta de objetos navales en Barcelona y a partir de ahí su vida se precipita en un torrente de acontecimientos, desembarranca, digamos, para aproar mares procelosos, muchas aventuras, un romance -incluido uno de los mejores polvos a bordo jamás narrados: eso no lo encuentras en Conrad ni en Melville- y un más que probable naufragio.

La historia de La carta esférica, que Pérez-Reverte narra de manera que te tragas las páginas como una barracuda ansiosa, es la de la búsqueda del Dei Gloria, un bergantín de 10 cañones hundido frente a la costa sureste de España en 1767 a su regreso de La Habana durante un combate penol a penol con un jabeque corsario. El Dei Gloria, que igual podía llamarse Unicornio, llevaba a bordo un misterio de esos que ni Julio Verne, un misterio brillante... Tánger enrola a Coy en una búsqueda que huele a cuerno quemado desde el principio pero que -como la chica- seduce irresistiblemente. Y a Coy, que opina que hay que ver lo que se perdieron los marineros de Ulises por no escuchar el canto de las sirenas, los muy bobos, lo que se esconda tras esa aventura con barco y mujer no le importa un carajo con tal de vivirla y regresar al agua.

Así que allí vamos, en el Carpanta, velero de 14 metros, convertidos en buscadores de tesoros, con todos los galeones del mundo en la retina húmeda, acechados por los malos, viento en las velas, tirantes las escotas... rumbo a la aventura.

Mañana, viernes, por solo 7,95 euros con EL PAÍS.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.
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