EE UU vigila a la rama magrebí de Al Qaeda con un avión espía que despega de la base de Rota
Washington alaba el liderazgo de Argelia en la lucha contra el terrorismo islámico en el Sahel
No fue fácil, pero al final uno de los países más nacionalistas de África, más recelosos ante las intromisiones extranjeras, acabó dando el visto bueno. El 6 de enero pasado el embajador de EE UU en Argel, David Pearce, informó a Washington de que había recibido la autorización para que los aviones espía EP-3 sobrevolasen Argelia para buscar las guaridas de Al Qaeda en el norte de Malí y en el noreste de Mauritania.
La luz verde argelina pone de relieve la estrecha y desconocida colaboración entre Washington y Argel en la lucha contra el terrorismo, el narcotráfico y el crimen organizado en el inmenso desierto del Sahel, en el que campan a sus anchas contrabandistas y guerrilleros del grupo Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI).
"EE UU reconoce el liderazgo de Argelia en África", repiten los altos cargos norteamericanos que pasan por Argel. "El Gobierno de EE UU aprecia el liderazgo de Argelia para tratar de dar seguridad al Sahel y evitar que el terrorismo eche raíces en los países vecinos", afirmó, por ejemplo, en octubre de 2009, la embajadora Vicki Huddleston, emisaria del Pentágono en Argel. "No merece la pena recordar que no hay ningún país tan importante como Argelia en la lucha contra AQMI", recalcaba Pearce.
Para los militares argelinos, que en la década de los noventa lucharon solos contra los grupos armados islamistas -la guerra civil larvada que padeció el país se cobró unos 200.000 muertos-, las palabras de sus visitantes estadounidenses fueron un consuelo tardío.
En plenas desavenencias por la inclusión de Argelia en la lista, establecida por Washington, de países en los que embarcan pasajeros aéreos sospechosos, el Ministerio de Defensa argelino dio su visto bueno para que los aparatos de reconocimiento EP-3 de la Marina volasen desde la base hispano-norteamericana de Rota (Cádiz) hasta el Sahel.
Argel puso condiciones. Los aviones no debían empezar a espiar en su espacio aéreo: tenían que esperar a entrar en el de Mauritania y Malí. Pero Argelia carece de medios para comprobar si se respeta el pacto. Huddleston recordó que cada misión del EP-3 costaba 50.000 dólares (35.000 euros) y que convenía asegurarse de que daría resultados sobre el terreno.
Con o sin EP-3, los avances en la lucha contra el terrorismo islamista en el Sahel -no así en el norte de Argelia- han sido escasos estos últimos años. Los jefes argelinos de AQMI reclutan a jóvenes de los países del área, sobre todo a mauritanos, y han hecho caja gracias a los rescates pagados por las potencias occidentales.
"Hace diez años, los mauritanos, que practican el rito malekita pacífico y tolerante, no se hubiesen imaginado que la radicalización y el extremismo violento pudiesen captar seguidores", asegura Mark Boulware, embajador de EE UU en Nuakchot. Ahora "la amenaza terrorista ha adquirido grandes proporciones", advierte. El régimen del presidente Mohamed Ould Abdelaziz lucha, no obstante, con firmeza contra AQMI.
No está, sin embargo, claro que el presidente de Malí, Amadou Toumani Touré, haga otro tanto. Los terroristas no suelen secuestrar a occidentales en su país -hubo una excepción, en 2009-, pero es en la franja desértica del norte donde esconden a sus rehenes, incluidos los tres españoles apresados en Mauritania a finales del año pasado, y se pagan los rescates.
Los interlocutores argelinos de EE UU no cejan de arremeter contra los malienses. El general Lallali, jefe de la Dirección de Documentación y Seguridad Exterior, aseguró a Huddleston que "en Malí hay un clima de negocios propenso a los terroristas", y que el Banco de Bamako es el "Banco Terrorista". El "mayor problema en Malí es su dirección política", advirtió Lallali.
Nouredin Ayadi, nuevo embajador argelino en Bamako, se quejó en febrero ante su homólogo de EE UU, Gillian Milovanovic, de que el "Ejército de Malí ha demostrado ser capaz de emprender acciones contra la rebelión tuareg, pero se niega a hacer otro tanto contra AQMI", que opera en la misma zona.
Solos o acompañados por visitantes de EE UU, los embajadores norteamericanos despachan con frecuencia con el presidente Touré, quien, a su vez, carga las tintas contra los argelinos y pide, de paso, a Washington ayuda militar no sofisticada, pero resistente.
"El presidente Touré nos ha dicho en varias ocasiones que no cree que el presidente Buteflika
controle o incluso sepa qué hacen sus servicios de seguridad a lo largo de la frontera entre Malí y Argelia", escribía hace dos años el embajador Terence McCulley. Ante el general William Ward, Touré se quejó incluso de que los agentes argelinos "son cómplices" de los tráficos ilegales.
Un grupo de las fuerzas especiales de EE UU forma cerca de Gao a las tropas de élite de Malí. Pese a esa y otras ayudas, "los militares malienses no están adecuadamente equipados, operan al límite, de manera inadecuada", recalca Milovanovic. Por algo Malí es uno de los países más pobres del planeta.
Por eso el embajador rechaza las acusaciones: "Nuestra opinión es que no hay una colusión deliberada entre el Gobierno de Malí y una Al Qaeda a la que hospedaría". Malí "no está en condiciones de actuar unilateralmente contra las infracciones en su territorio", concluye. No es seguro que la Embajada de EE UU en Argel o el Departamento de Estado compartan esta opinión.
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