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Análisis:EL ACENTO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El mulá no era el mulá

La situación en Afganistán, donde una guerra de nueve años contra el oscurantismo y el terror es cada vez más incierta, no deja de aportar elementos inquietantes. No es solo que la violencia en el país centroasiático sea mayor que nunca desde que los talibanes fueran desalojados del poder por EE UU. O que se hagan públicos, ayer, los resultados de unas elecciones generales celebradas en septiembre para volver a concluir que también en esta ocasión -como en las presidenciales que reeligieron a Karzai- ha habido fraude.

La penúltima revelación afgana, hace pocas semanas, con Hamid Karzai admitiendo sin rubor que recibía regularmente del régimen clerical iraní bolsas repletas de euros para gastos no especificados, ya parecía difícil de superar. Pero era un espejismo. Lo último es aún más extravagante y habla lapidariamente de la imposibilidad de que el Ejército más poderoso del mundo y sus aliados puedan alcanzar los objetivos que marcaron su despliegue en un mundo tan ajeno como Marte.

Resulta que durante meses mandos de la OTAN y altos funcionarios afganos han negociado el final de la guerra con un impostor que se dejaba querer como vicejefe talibán. Akthar Mohamed Mansur -el mulá Mansur- aparentemente el segundo en jerarquía tras el mulá Omar, llegó a ser transportado desde Pakistán en un avión de la Alianza para entrevistarse con Karzai. Y fue convenientemente engrasado, sin especificar divisa, para ganar su voluntad. Tan bien iba el crucial diálogo hasta el mes pasado, que el general Petraeus, comandante supremo estadounidense sobre el terreno, se felicitó públicamente por ello.

La peripecia acaba en una espesa niebla informativa, que hace suponer que nuestro protagonista ha regresado, más rico y divertido, a sus cuarteles de invierno, allá donde estuvieren. ¿La impostura sucumbió a la agudeza del legendario espionaje estadounidense? ¿O a una carísima tecnología punta de identificación? Parece que no. Que el mulá no era el mulá se ha descubierto porque un notable afgano que había conocido al auténtico dijo que esa cara no le sonaba.

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