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CÁMARA OCULTA
Columna
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Tengo miedo

La situación debió de resultar berlanguiana. El flamante ministro de cultura del primer Gobierno socialista se encontró con Berlanga en un estreno. El ministro le abrazó, le confesó su vieja admiración. Junto a él, impávida y con aquel gesto suyo de permanente cabreo, Pilar Miró, directora general del cine. El ministro seguía: "Luis, qué alegría, justamente esta mañana he firmado algo tuyo de la Filmoteca". Y volviéndose hacia su colaboradora, preguntó: "¿Qué he firmado, Pilar?". Y ella respondió con acritud: "Su cese". El ministro se quedó boquiabierto; efectivamente, Berlanga había sido botado por la Miró como presidente de la Filmoteca Española. Nadie cubrió ese puesto.

Berlanga no lo olvidó, y en Todos a la cárcel, título oportuno en tiempos de graves corrupciones de algunos cargos socialistas, reprodujo la anécdota. Por otra parte, Berlanga aceptaba gustoso que Miró le trajera de sus viajes unas fantasiosas prendas de lencería fina que él atesoraba en su colección de fetiches, algunas de las cuales utilizó en Tamaño natural.

Cuando hizo El verdugo, Franco estaba siendo apodado con ese nombre por el fusilamiento del comunista Julián Grimau y la ejecución de dos anarquistas a garrote vil. La obsesión de Berlanga por la pena de muerte quedó plasmada en el corto El sueño de la maestra, su última obra, donde la instructora enseña diversos modos de matar con la ley en la mano; y en París-Tumbuctú un guardia civil va llamando a los de la cola: "A ver, el siguiente para el garrote". Lo que Berlanga mostraba en sus películas en tono esperpéntico era reflejo de lo que él había conocido. Quizás por eso, en París-Tumbuctú, como colofón a todo su cine, el cartel final dice: "Tengo miedo". Miedo de esta sociedad, de sus autoridades, de los embaucadores, corruptos y poderosos, de la estupidez, de la mediocridad... Lo de Berlanga no era pura coña, sino que se defendía.

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