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Reportaje:La lucha contra el terrorismo

¿Por qué odian a Eguiguren?

La derecha ataca sistemáticamente al presidente del PSE por creerle poco crítico con los 'abertzales' - Él vive amenazado por ETA desde hace 26 años

Luis R. Aizpeolea

El 21 de mayo de 2007, en el último encuentro que Jesús Eguiguren mantuvo con Javier López Peña, Thierry, antes de la definitiva ruptura de la última tregua de ETA, el dirigente etarra amenazó de muerte al político socialista y le advirtió de que llevaría corbatas negras mientras él estuviera en la cárcel. Consumada la ruptura de la tregua a los pocos días, el PSE reforzó la seguridad de Eguiguren -más escolta, cambios frecuentes de domicilio-, pero ETA cumplió su amenaza: 10 meses más tarde asesinó al ex edil de Mondragon Isaías Carrasco, amigo íntimo de Eguiguren y de su esposa, Rafaela Romero.

Aquel asesinato fue el último drama íntimo de Eguiguren. Y el más doloroso, al producirse tras acariciar el sueño del fin de la violencia con la tregua de ETA de 2006, en la que tanto se implicó.

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A los dos años del asesinato de Isaías Carrasco, la viuda y la hija de este se han solidarizado estos días con Eguiguren por el ataque que sufre desde la derecha política y mediática por su participación obligatoria como testigo de la defensa en el juicio contra el líder de Batasuna, Arnaldo Otegi. También, por unas declaraciones inoportunas en un formato inadecuado -el programa Salvados, de La Sexta-, donde predijo que ETA declararía una tregua permanente y verificable antes de fin de año, y por contar sin distancia sus relaciones con el líder de ETA Josu Ternera en el proceso de 2006.

Los ataques, básicamente procedentes de Madrid, van dirigidos contra uno de los políticos más amenazados por ETA y que ha asistido a más funerales de sus víctimas. Desde 1979, cuando ETA asesinó al socialista Germán González, en Urretxu (Guipúzcoa), Eguiguren, como dirigente del PSE, luego presidente del Parlamento vasco y hoy presidente del PSE, ha presenciado el levantamiento de muchos cadáveres de compañeros y se ha puesto numerosas veces la corbata negra para asistir a funerales. Y desde marzo de 1984, cuando una escisión de ETA asesinó al secretario de Organización del PSE, Enrique Casas, lleva escolta.

Eguiguren es el último de la generación de líderes socialistas de la transición que dieron la cara en Euskadi en los tiempos más difíciles. La mayoría, o han muerto asesinados -Casas, Fernando Buesa- o se han ido -Benegas, Eguiagaray, Jáuregui, Landaburu...-. Pero no él.

Eguiguren (Aizarnazabal, 1954) es un desconocido fuera de Euskadi. Solo se sabe que negoció con ETA en el último proceso de paz. Existe la idea de que es un nacionalista infiltrado en el PSOE o que padece el síndrome de Estocolmo tras su negociación con ETA. Pero esa impresión la desmienten los hechos. Pese a ser de la Guipúzcoa profunda, su origen no es nacionalista, sino de izquierdas. Pasó brevemente por el PCE antes de ingresar en el PSOE hace 35 años. Su primer papel, en los setenta, fue la defensa en solitario de la Constitución en Euskadi porque todos los partidos nacionalistas y la derecha, AP, la rechazaban. Era la etapa de 100 asesinatos anuales de ETA, con un PSE clandestino en el que sus militantes no iban a las Casas del Pueblo por miedo y estas se llenaban de policías que trataban de no correr riesgos evitando lugares públicos.

Entusiasta de Indalecio Prieto, que en la Segunda República combinó el Estatuto vasco con la Constitución, Eguiguren ha sido defensor del entendimiento con los nacionalistas desde posiciones constitucionalistas y antiterroristas. De ahí que en los ochenta abogara por el pacto de gobierno con el PNV y, tras el salto de este partido al soberanismo, defendiera el Pacto Antiterrorista con el PP en 2000 y la Ley de Partidos, que ilegalizó a Batasuna, al pensar que jugaba con ventaja por el amedrentamiento de ETA a sus rivales. Y que en 2009 fuera adalid del pacto de gobierno con el PP vasco.

Eguiguren cree también que las tensiones entre nacionalistas y no nacionalistas no tienen solución definitiva, sino arreglo entre vascos. También precisa que una cosa es la derrota de ETA que, a su juicio, políticamente ya ha llegado, y otra resolver las secuelas de la violencia. Estas tesis las defiende en sus libros como profesor de Derecho Constitucional. Con ellas se sentó con Otegi para buscar una salida al problema vasco. De aquellas conversaciones salió un diálogo con ETA y de este un procedimiento para tratar de resolver el conflicto, que la banda dinamitó. Pero aquel proceso, del que Eguiguren fue pionero, originó el enfrentamiento entre Batasuna y ETA, que con el acoso policial ha colocado a la banda en fase terminal. Y ahí radica su contribución, tan malentendida, al final del terrorismo.

Eguiguren está convencido de que el proceso anterior es irrepetible, que las treguas de ETA ya no son creíbles y que no puede haber negociación hasta que la banda deje las armas. Su diferencia con Alfredo Pérez Rubalcaba es de matiz. Cree que hay que ofrecer a Batasuna un horizonte -la legalización- para animar a que se comprometa definitivamente con el fin de la violencia.

Su entrevista en La Sexta ha desatado las iras de la derecha política y mediática contra él. En ese sentido, viene bien recordar lo que dijo en 2008: "Hay gente que ni sabe lo que es el País Vasco ni lo que es luchar contra el terrorismo ni nada de nada. Son constitucionalistas y antiterroristas platónicos, que viven en Madrid, y se dedican a desacreditar a los que luchamos contra el terrorismo sobre el terreno".

Las críticas llegan en la etapa terminal de ETA, cuando las cosas están cambiando en Euskadi. El mes pasado, en un paseo por San Sebastián, al llegar a la Parte Vieja, dijo: "No sé si lo admitirán los escoltas, porque llevo sin entrar en la Parte Vieja desde que mataron a Enrique [Casas]". Los escoltas le dejaron y entró. Y Jesús Eguiguren, 26 años después, recuperó ese barrio de su ciudad.

Eguiguren, entre el <i>número dos</i> del PP vasco, Iñaki Oyarzábal (izquierda), y Rodolfo Ares.
Eguiguren, entre el número dos del PP vasco, Iñaki Oyarzábal (izquierda), y Rodolfo Ares.PRADIP J. PHANSE

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