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El gran referente del cine español | Recuerdos desde la amistad
Columna
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La hormiga que creía ser cigarra

Ángel S. Harguindey

La gran ventaja de Berlanga es que quienes le conocieron y trataron le quisieron por lo que fue y por lo que no fue, por lo que creyó ser y por lo que no creyó ser. En resumen: por sus contradicciones.

Quiso ser arquitecto y acabó en el cine. Quiso realizar un gesto heroico alistándose en la División Azul para salvar de la pena de muerte a su padre y fue el primer divisionario en coger purgaciones. Naturalmente, nunca disparó un tiro.

Se consideraba un gran vago y realizó 17 largometrajes, varios cortometrajes y algunas series de televisión; fue actor en, por lo menos, cinco películas; dirigió una colección de literatura erótica; presidió la Filmoteca y la Academia del Cine, dio conferencias, charlas, publicó artículos, participó en numerosos jurados internacionales y se metió de lleno en un descomunal tinglado que llaman la Ciudad de la Luz. No paró de trabajar.

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Pacifista declarado, toda su vida fue una guerra continua: contra la censura, contra los productores y actores, contra el fisco, contra los moralistas, con los derechos de autor y contra la tecnología más elemental (en cierta ocasión contemplé los denodados e inútiles esfuerzos del realizador para apagar un despertador digital japonés que le habían regalado hacía semanas y que sonaba cada día a las cinco de la madrugada).

Entre sus grandes aficiones figuraba en lugar destacado el seguir día a día y apasionadamente el Tour de Francia. Quizá radicaba ahí su admiración por el pintor, escultor y fotógrafo maldito Pierre Molinier quien, entre otras muchas cosas, ideó una especie de bicicleta estática con la que autosodomizarse al ritmo que marcara su pedaleo.

De Berlanga se puede decir de todo, desde glorificarlo a maldecirlo, pero mal que les pese los que mejor le definieron fueron los censores cinematográficos, quienes en 1969 afirmaron con rotundidad: "Consideramos la filmografía de Luis G. Berlanga como altamente inadecuada para su exhibición en cines españoles. Su falta de patriotismo es alarmante y rebosa comunismo, masonería y libertinaje, todos impropios de esta regia nación, una, grande, libre, católica, apostólica y romana". Cuarenta y dos años después, aún hay fundadas sospechas de que el comunicado lo redactó el propio realizador.

Señalemos para finalizar su mayor contradicción: él, que se consideraba un individualista radical, se convirtió en el gran maestro del colectivo del cine español.

Con Juan Antonio Bardem, coguionista en <i>¡Bienvenido, mister Marshall!</i>
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