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Columna
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El siglo sin dueño

Francisco G. Basterra

Asia ha concentrado esta semana todas las miradas confirmando su papel central en el nuevo casting mundial. Con los vaqueros de la caballería republicana entrando en el fuerte demócrata de Washington, Obama, vapuleado políticamente, ha optado por la huida exterior, donde aún mantiene reservas de reconocimiento. Pero su gira oriental, diez largos días, que le ha llevado desde India hasta Japón, pasando por Indonesia y Corea del Sur, supone la admisión más clara hasta ahora de que el siglo XXI ya no es americano. Puede que todavía sea pronto para calificarlo como asiático, pero en este continente se encuentran los actores que lo van a definir. La presidencia de Obama está resultando la línea divisoria tras la que aparece el ascenso de los otros. La suma cero es imposible y la subida de los ya emergidos, como China o India, y de los emergentes, se produce a costa de Estados Unidos. Presidente de EE UU busca socio estratégico para continuar dirigiendo el mundo en sociedad limitada. Aporta experiencia anterior, tecnología punta, fuerza militar de primer orden, con recursos menguantes que hacen discutible su mantenimiento, situación geográfica estratégica, buena demografía, creatividad, enorme déficit con economía flexible de primer nivel aunque renqueante. Necesito urgentemente crear empleos y exportar más para mantener el sueño americano. Soy tolerante y creo en el diálogo con el mundo musulmán.

La gira asiática de Obama supone la admisión más clara hasta ahora de que el siglo XXI ya no es americano

Este podría ser el anuncio del viaje de Obama. Nada más iniciarlo afirmó que la relación de EE UU con India, primera democracia del mundo con 1.200 millones de habitantes, definirá el siglo XXI. El analista indio K. Subrahmanyam respondía sugerentemente al anuncio: "Estados Unidos necesita un socio, Europa está envejeciendo, Japón está envejeciendo y China va a envejecer. Las únicas naciones importantes que no envejecerán, al menos en los próximos 30 años, son EE UU e India". En la primavera de 2009, en su primer viaje asiático, el primer presidente americano del Pacífico, según su propia definición, dijo textualmente: "La relación de Estados Unidos con China definirá el siglo XXI". ¿En qué quedamos? Ya admitía la incapacidad de EE UU de soportar un nuevo siglo americano. Comenzó a hablarse de Chimérica. Obama ha combinado en su gira varias cosas. En primer lugar, la búsqueda de empleos en EE UU. Ha logrado contratos sustanciosos para los aviones Boeing que podrían traducirse en 50.000 puestos de trabajo. Una defensa contra quienes le critican por desembarcar en India, el país al que externaliza la economía norteamericana exportándole puestos de trabajo. La IBM tiene trabajando en India más del doble de personal que en EE UU. País que ya no compite solo con sus manufacturas sino también con trabajos inteligentes, retando a EE UU en innovación. El viaje también puede verse como una oportunidad de garantizar la influencia norteamericana sobre una Asia, que no es única, y que observa con recelo el ascenso de China y sus reclamaciones territoriales en su extranjero próximo, mientras teme la pérdida de espacio estratégico de Washington en la región. Y, por último, visita las cuatro democracias más importantes del continente y envía un mensaje a Pekín, desde Indonesia: "La prosperidad sin libertad es otra forma de pobreza". No quiere que se entienda como un intento de aislar a China, y Obama asegura que no busca contenerla. Desafortunada expresión nacida en el inicio de la guerra fría e inaplicable hoy. ¿Es posible y deseable que China crezca y que, al tiempo, EE UU continúe siendo poderosa e influyente en Asia? ¿Se trata de cambiar el consenso de Pekín: capitalismo de estado sin democracia, por el consenso de Bombay: economía de mercado y libertades individuales? Un cierto estupor estratégico domina la política de Estados Unidos. Pero como en el extraordinario cuento twitter del autor guatemalteco Augusto Monterroso, cuando Obama regrese a Washington y despierte, el dinosaurio chino, más bien dragón, todavía estará allí. Para comprender mejor la concurrencia simultánea, por primera vez en la historia, de tres grandes poderes en Asia: China, India y Japón, resulta útil la lectura del libro del ex director de The Economist, Bill Emmott, Rivals, How the power struggle between China, India and Japan will shape our next decade (Penguin).

La frustrante cumbre del G-20 en Seúl fotografía el traslado del centro de gravedad de la influencia económica y política hacia Asia, y la pérdida de peso y autoridad de EE UU, contestada a la vez por europeos y asiáticos. Fue Washington quien empujó a los emergentes, reconociendo que las viejas naciones industrializadas no podían resolver los problemas por si solas. Ahora, los Bric están en la silla del conductor. Y Europa, cada vez más alemana, absorbida por evitar una nueva crisis de la deuda, no actúa como un todo. Bordea la irrelevancia. fgbasterra@gmail.com

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