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Columna
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Los malqueridos

Josep Ramoneda

Angela Merkel y Nicolas Sarkozy pretenden que los bancos participen a través de una tasa en la solución de las crisis. Es una aspiración razonable que debería unir a liberales y a socialdemócratas. Los Gobiernos decidieron reflotar al sistema financiero con dinero público, por miedo a las consecuencias de un naufragio. A los liberales no debería gustarles una medida que rompe el principio de que quien pierde, paga. Los socialdemócratas solo deberían aceptar la asistencia pública a los bancos si se acompañaba de contraprestaciones claras. Merkel y Sarkozy proponen lo que reclama la mayoría de la gente: que los bancos también paguen. El director del Banco Central Europeo, el francés Trichet, se opone. Y el presidente Zapatero, el hombre que decía que gobernaba la crisis desde la izquierda, se alinea con él. ¿Otro ataque de pánico ante los mercados o un ejercicio de fe del converso? Más confusión para un electorado socialista que ya no sabe adónde mirar.

Triste destino hallarse en manos de un presidente abrasado o de un presidente sin atributos precisos

El pasado domingo, Mariano Rajoy desvelaba algunas de sus propuestas para afrontar la crisis en una entrevista con el director de EL PAÍS. La idea de que Rajoy no tiene programa, o si lo tiene no lo enseña por miedo a que sea impopular, está cuajando. Y hace daño al líder del PP, porque transmite la imagen de alguien que está esperando que el país se la pegue para que el poder le caiga en las manos. De modo que Rajoy ha decidido hablar. Y anuncia que va a hacer lo de Cameron en Reino Unido, después de reconocer que solo "ha visto sus líneas generales". Y cuando se le pregunta por medidas concretas de Cameron, dice que "las circunstancias de Reino Unido son muy distintas de las de España". Conclusión: ¿qué tomaría de Camerón? "Tener un plan". Da la impresión de que hace dos años habría dicho que haría lo de Sarkozy en Francia y que hace un año lo de Merkel en Alemania, simplemente se apunta al último grito de la moda conservadora. ¿Es este el bagaje de autoridad que se espera de un candidato a reconducir un país en crisis?

Creo que con estas dos historias bastaría para entender por qué los españoles puntúan tan mal tanto al presidente del Gobierno como al líder de la oposición. Sencillamente no ofrecen la mínima confianza exigible. Zapatero porque se ha quemado entre negaciones y bandazos, Rajoy porque a pesar de lo que está lloviendo no se ha mojado. Y a la gente le gustaría ver cómo aguanta el chaparrón.

Días atrás, un importante empresario español, cuyo nombre obviaré porque al dinero no le gusta ser citado, me decía que en España ha habido dos presidentes para la exportación -Felipe González y Aznar- y dos presidentes de estar por casa -Adolfo Suárez y José Luis Rodríguez Zapatero. Tengo la impresión de que Mariano Rajoy, si algún día el destino le premia con la presidencia, pasará a engrosar esta segunda lista. El problema de Zapatero y de Rajoy es que en estos momentos no transmiten autoridad, ni hacia dentro ni hacia afuera.

Rajoy no la ha transmitido nunca, porque el cargo le llegó por designación superior y, en democracia, siempre es un lastre. Y porque ha abusado de la estrategia de debilitar al adversario sin hacer nada para potenciar, al mismo tiempo, su propio liderazgo. Al contrario, alguna vez ha llevado el ventajismo hasta tales extremos -uso político de la lucha antiterrorista en la anterior legislatura; intento de cargarse al Gobierno al no validar las medidas de choque impuestas desde fuera- que se ha ido creando una imagen muy oportunista de sí mismo.

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Zapatero, desde el primer momento, surfeó entre dos olas: la ola de la legitimidad ganada en sucesivas victorias imprevistas, contra el candidato oficial del PSOE y contra el heredero de Aznar; la ola de la deslegitimación a la que le sometió la derecha desde el primer momento, por los efectos del 11-M sobre su triunfo. Cuando la segunda victoria electoral parecía disipar todas las dudas, le engulló la crisis. Su obsesión en negar lo evidente ha resultado costosa para el país y para él mismo. El patético semestre de la presidencia europea consagró la imagen de un presidente desbordado. La pérdida de la batalla interna de su partido en Madrid, hace pensar que su situación no tiene vuelta atrás.

Dos líderes asfixiados en plena crisis. Y, sin embargo, los ciudadanos no tienen otra opción que PSOE o PP. De modo que si no los cambian uno u otro gobernará. Triste destino encontrarse en manos de un presidente abrasado o de un presidente sin atributos precisos. Por respeto a la ciudadanía, los dos partidos deberían sustituir a los malqueridos.

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