América, cada vez más cerca
Hay algunas películas latinoamericanas que se exhiben subtituladas en España: para que se entiendan. Y es que el español en determinados círculos, por ejemplo entre los adolescentes de algunos barrios marginales, sigue con su loca carrera de mezclarse con otras lenguas y otras jergas, y confirma así su enorme vitalidad. Es imposible ponerle barreras a una lengua que cada día hablan más personas. Pero eso no significa que no sea un prodigio el Diccionario de americanismos que acaba de aparecer, y en el que, de nuevo, se han implicado las 22 academias de la lengua que siguen colaborando para cuidar las palabras, y mimarlas. Seguro que dentro de un cuarto de hora el español se modifica. Pero ahí están, reunidas en un volumen de 2.333 páginas, 70.000 voces y locuciones y 120.000 acepciones que se utilizan al otro lado del charco.
Así que si alguien le dice carnal, no se enfade: lo está tratando de amigo. Y si le piden una coima, más vale que suelte la candela pues podrían considerarlo acamalador, poquitero, rocapeña o, para entendernos, tacaño. El español llegó al otro lado del Atlántico con la conquista, y se quedó. Y desde entonces seguimos comunicándonos sin problema alguno, aunque haya quien pueda enfadarse cuando, en algunos sitios, al preguntar por la playa lo mandan a un aparcamiento.
El español de España y el español de América, incluido el de Estados Unidos, han vuelto a darse un inmenso abrazo con este diccionario. En esta temporada, cuando se celebra el bicentenario de la independencia de muchas de las colonias de la madre patria, la lengua vuelve a asomar como ese continente que nos acoge a todos.
Y si alguien todavía dudara de los prodigios que pueden hacerse al mezclar sus palabras, que lea el elogio a la amistad que hace García Márquez en su discurso dedicado a Álvaro Mutis, o que siga la travesía del cónsul británico Roger Casament que recrea Vargas Llosa en su última novela, por citar los títulos de dos premios Nobel que acaban de llegar a las librerías. O, también, que se acuerde de Miguel Hernández, de quien se celebró ayer su centenario: "Una querencia tengo por tu acento, / una apetencia por tu compañía / y una dolencia de melancolía / por la ausencia del aire de tu viento".
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