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El movimiento de protesta social en Francia se desinfla

La movilización de ayer contra Sarkozy registra la cifra más baja de asistencia

Antonio Jiménez Barca

La calle, el termómetro que ha servido hasta ahora para medir la intensidad y la temperatura del movimiento de protesta contra la reforma de las pensiones de Sarkozy, también se enfría en Francia. Desde junio, fecha en que comenzó la marea social en contra de este proyecto de ley, no se registraba una participación tan baja como la de ayer en las manifestaciones convocadas por los sindicatos. Ayer (décima jornada de acción sindical, séptima desde que acabó el verano), solo respondieron a la llamada de las ocho centrales sindicales 550.000 franceses, según el Ministerio del Interior. Los sindicatos elevan la cifra a dos millones. En cualquier caso, muchos menos que en la última jornada de protesta, celebrada el pasado 19 de octubre, en que la policía contó 1.100.000 personas y los sindicatos más de tres millones. Ya no hay duda: el movimiento pierde aliento.

Entre una fecha y otra, han ocurrido varias cosas que explican el desánimo. Una: la aprobación definitiva de la ley, el miércoles, en el Congreso. Dos: la progresiva incorporación al trabajo de asalariados en huelga en sectores considerados hasta ahora como inamovibles o duros, como el de las refinerías, en toda Francia o el de los basureros, en Marsella. Tres: la poca incidencia de las manifestaciones convocadas por los jóvenes el pasado martes.

En París, la manifestación de ayer arrancó a la una de la tarde en la plaza de la República. Hubo menos personas que en las últimas ocasiones, menos estudiantes de instituto (ahora en vacaciones), menos gritos. En el aire flotaba una cierta sensación de resignación o desánimo. Una señora, sola, enarbolaba una pequeña pancarta que rezaba así: "Bajo los adoquines está la rabia". Muy cerca, un sindicalista de la CGT manifestó: "Hasta que quede una esperanza, vamos a seguir, y yo voy a seguir".

La esperanza, ahora, se reduce a que el presidente de la República, Nicolas Sarkozy, antes del 15 de noviembre, decida no promulgar la ley, que es el único trámite legal que le resta a la reforma para entrar en vigor. Esto, previsiblemente, no va a ocurrir: el mismo Sarkozy se ha mostrado inflexible y decidido a llevar hacia adelante una reforma en la que ha empeñado su palabra y su crédito político.

Las dos partes ya miran, de hecho, más allá de la protesta. Hay líderes sindicales que, aunque aseguran que no bajan los brazos (de hecho hay convocada otra jornada de lucha para el sábado 6 de noviembre), ya aseguran que esta protesta "dejará huella, acabe como acabe". Juegan con un as en la manga: la opinión pública les es favorable y, según los sondeos, aprueba su movimiento.

Esos mismos sondeos hunden actualmente a Sarkozy en la tasa de popularidad más baja desde que comenzó su mandato. Tal vez por eso (y también porque, victorioso aunque herido, prepara el día siguiente a la protesta), el presidente de la República pidió ayer a sus diputados que se abstengan de "agredir a los sindicatos" y de utilizar "palabras que molesten".

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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