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El progre nunca muere

J. Ernesto Ayala-Dip

El mítico Mayo del 68 no es una fecha histórica que gente adicta a las políticas neoliberales celebren puntualmente. Y tienen toda la razón de no celebrarla. Hay una razón histórica y otra metafórica. Uno comprende que la tradición los mueva a mirarla con sorna (aunque en aquellos días la mirada fuera de pánico). Y esa misma mirada de desprecio histórico la convierte enseguida en una metáfora de todos los miedos ante cualquier explosión social que quede fuera del alcance de su comprensión y correcto análisis. Por lo tanto no es de extrañar que de ahí se pase al desprecio del progresismo sociológico. Uno ya sabe qué piensan egregios personajes de la política española de derechas. Y de la política catalana del mismo signo. Si el fracaso escolar aumenta en toda España, ya están los progres para cargar con las culpas. Si un consejero del tripartito encabeza irresponsablemente una manifestación contra la ocupación en Cisjordania, eso es porque fue progre. Si otro consejero atiza el anticlericalismo más rupestre invitando a la gente a manifestarse contra la visita del Papa a Barcelona, está cantado que el progre está detrás. Y ya no digamos si los rumanos de Santa Coloma viven hacinados en un piso de 30 metros cuadrados, vaya error de los progres por ser tan tolerantes con los inmigrantes. No creo que haga falta proseguir con el largo listado de pecados capitales del progresismo español. O catalán.

Me cuesta entender el reduccionismo analítico de personas que pretenden arrojar un poco de luz en medio de la confusión

Lo que ya no queda tan claro, es que a esta moda se haya apuntando un sector nada sospechoso de pertenecer a ninguna caverna mediática. Ni a ningún círculo periodístico de signo claramente ultraliberal. Personalidades significativas de la opinión política diaria en periódicos, televisión y radio. (Muchas veces son los mismos en los tres medios). En Cataluña hay ejemplos claros de lo que afirmo. Quiénes son es lo menos relevante. Pero sí es relevante esa especie de fobia o caza al progre. O al bendito Mayo del 68. Estoy de acuerdo en que algunos políticos, como se dice en mi pueblo, se lo ponen a huevo. Asistir a una manifestación ostentando un alto cargo en el Departamento de Interior, me parece cuando menos un error táctico. Pero de ahí a estar convencido de que el progresismo es su fuente de inspiración, es para comenzar a creer que en este país los expertos en pensar correctamente y servirnos como referencia, o nunca fueron progres o son conversos. (Y ya se sabe lo que sucede con los conversos). No fueron pocos los que ante los desmanes que se produjeron en Barcelona con motivo de la última huelga general, también hicieron clara ostentación de su paranoia antiprogresista. Vale, los progres de antes (que seguimos siendo progres ahora), no todo lo hicimos tan bien. Nuestra idea de las relaciones humanas y de la educación de nuestros hijos se sustentaba en teorías voluntaristas, y sus consecuencias no fueron todo lo edificantes que hubiésemos deseado. Pero lo hicimos porque creíamos en el progreso de la sociedad. Nos equivocamos en muchas cosas, es cierto. Pero éramos jóvenes con ideales. Con los mismos ideales que la mayoría de jóvenes de hoy aunque probablemente menos equivocados que nosotros. Era nuestra manera de sentir que la historia pasaba por nuestras manos. Que éramos parte de ella.

Comprendo a los que les toca denostar contra el progresismo por razones de clase o de poder económico (porque estas categorías sociales todavía existen, ¿no?). Lo que ya me cuesta más entender es ese reduccionismo analítico en personas que se han especializado en activar diariamente su inteligencia para arrojar un poco de luz en medio de tanta confusión.

J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario.

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