Estados Unidos y la enfermedad europea
En su relación con el islam, EE UU no debe contagiarse de Europa. No hay motivo para abandonar una tradición de pluralismo. El centro islámico proyectado cerca de la 'zona cero' es una buena oportunidad
El viernes pasado, en Nueva York, descubrí un club de striptease próximo al solar en el que se proyecta levantar un centro islámico, lo que sus oponentes denominan "la mezquita de la zona cero". Mientras las bailarinas giraban en sus postes con tanto erotismo como una cajera de Walmart al acabar un larguísimo turno, pregunté al fornido portero -Scott, que vive en Brooklyn- si habían sufrido alguna protesta por esa profanación de un terreno sagrado. Por ejemplo, ¿había llamado a su puerta algún airado comentarista de Fox News? Bueno, respondió, uno o dos transeúntes habían manifestado objeciones desde que estalló la controversia sobre el centro islámico. "La gente tiene derecho a opinar lo que quiera", dijo Scott; pero el New York Dolls Gentlemen's Club llevaba 30 años allí y las personas que trabajaban en él tenían que vivir de algo.
No hay ninguna objeción razonable a que se construya un centro islámico en Nueva York
Por Dios, esto es Estados Unidos, donde hay libertad para despotricar, reírse, rezar o bailar
Un club de striptease en el sitio exacto del peor atentado terrorista cometido en territorio estadounidense sería una auténtica profanación. Y, aunque por supuesto no es comparable, edificar una nueva mezquita allí mismo sería muestra de una enorme falta de sensibilidad. Nueve años después, el terreno en el que se alzaban las Torres Gemelas sigue siendo un solar en construcción, pero en una exposición situada junto a él puede verse el proyecto para erigir un conjunto conmemorativo de estanques, árboles y un museo, además de una "torre de la libertad". Como ocurre en los cementerios del horror de Auschwitz, Katyn, Hiroshima e Ypres, en el agujero dejado por el World Trade Center, el tacto histórico y la intención conmemorativa deben prevalecer por encima de cualquier otra consideración.
Ahora bien, resulta que el club de striptease de Murray Street no está en la zona cero y que tampoco lo está el sitio en el que se prevé construir el centro islámico, que es una antigua fábrica de abrigos Burlington situada en Park Place. Están a tres y dos manzanas de distancia respectivamente. Ninguno de los dos edificios es visible desde ese "terreno sagrado" laico que es el solar del World Trade Center. En Nueva York, dos manzanas son muchísimo. Cuando uno llega a Park Place, no tiene la menor duda de que está en otro sitio, en medio del ajetreo y la locura habituales de la ciudad, con un mercado amish en la esquina que vende pollo amish a la barbacoa, fettucine amish y sushi amish; cosas que tienen de amish lo que yo de chino.
Después, los detractores del centro planeado para Park Place -perdón, la "megamezquita de la zona cero"- hablan sobre fuentes de financiación nada claras y declaraciones sospechosas de su principal impulsor, el imán Feisal Abdul Rauf. Motivos, dicen, para que se construya más lejos. Es un razonamiento tan ilógico que más parece un acto de fe. Si el centro estuviera financiado por terroristas o tuviera unos líderes islamistas radicales y sanguinarios, lo que habría que hacer es impedir su construcción, a dos manzanas o a 200.
A la hora de la verdad, estas afirmaciones también están tergiversadas o basadas en razones que no se sostienen. La bloguera antiislamista Pamela Geller, por ejemplo, despotrica en su página web porque, dice, Rauf estuvo relacionado con un grupo pacifista malayo que financió la flotilla de Gaza. Su titular es: La 'obra benéfica' del imán Rauf, de la zona cero, financió una misión genocida". Jon Stewart, en su programa The Daily Show, hizo una estupenda parodia de esta forma de culpa por asociación: destacó que el segundo mayor accionista de la empresa de Rupert Murdoch, News Corporation, que es propietaria de Fox News, es el príncipe saudí Al Waleed Bin Talal, que está relacionado con el Carlyle Group, que ha hecho negocios con la familia Bin Laden, "uno de cuyos hijos -obviamente no voy a decir cuál- es tal vez antiamericano".
Durante un debate televisivo celebrado poco después del 11-S, Rauf hizo el torpe y provocador comentario de que las políticas de Estados Unidos habían sido "un accesorio del crimen" y que Osama Bin Laden era un personaje "hecho por Estados Unidos". Fue una intervención equivocada y ofensiva. Pero hay que verla junto al resto de sus palabras y sus hechos; Rauf se ha dedicado a promover una versión suave, sufí, del islam, compatible con una sociedad libre. Yo no soy muy partidario de su palabrería interconfesional, pero, si el mundo musulmán estuviera compuesto solo por gente como él, no tendríamos los problemas que afrontamos hoy, ni se habrían producido los atentados del 11-S. Por eso el Departamento de Estado le ha financiado un viaje por Oriente Próximo para explicar el islam estadounidense.
No existe, pues, ninguna objeción razonable a que se construya en Park Place este centro islámico, que asegura tener la misión de promover la paz, el amor, el diálogo interconfesional y la natación. Sin embargo, ante las elecciones legislativas del 2 de noviembre, vemos a políticos veteranos, expertos e incluso presuntos adversarios de la discriminación religiosa, condenarlo o eludir la cuestión con palabras engañosas. Newt Gingrich, el ex presidente republicano de la Cámara de Representantes, ha criticado los planes con el argumento de que "los nazis no tienen derecho a poner un cartel junto al Museo del Holocausto en Washington". La estrella de Fox News, Bill O'Reilly, dice que no debe construirse porque "los musulmanes nos asesinaron el 11-S". Sarah Palin escribió en Twitter: "Musulmanes pacíficos, por favor refudiadlo ". Ante una difícil contienda electoral, incluso Harry Reid, líder de la mayoría demócrata en el Senado, se ha distanciado del presidente Obama y su precavida defensa del derecho constitucional de los musulmanes a construir el centro.
Lo más ridículo es que Abraham Foxman, de la Liga Antidifamación, insista en el traslado del edificio. Al hablar de los familiares de víctimas del 11-S que se oponen al centro (aunque algunos otros familiares lo apoyan), Foxman dice que "su angustia les da derecho a mantener posturas que otros calificarían de irracionales o intolerantes". Es decir, una organización creada para combatir la intolerancia sale en defensa de la intolerancia. Y el resultado de todo esto es que, en un sondeo realizado por Pew en agosto, el 51% de los estadounidenses encuestados decían que se oponían a la construcción del centro cerca del lugar del World Trade Center.
Esto no puede acabar bien. Si el proyecto sigue adelante, será una manzana de la discordia constante. Si se traslada, habrá más musulmanes dispuestos a creer a los islamistas radicales cuando les digan "lo veis, os lo habíamos dicho, América es islamófoba". En cualquier caso, Estados Unidos está cometiendo una estupidez. Por si no tuviera suficientes problemas propios, está conspirando para crearse uno que, hasta ahora, no había tenido; o que, por lo menos, había tenido en mucho menor medida que la mayoría de los países europeos.
Ha habido algunos yihadistas nacidos en Estados Unidos, pero existen numerosas pruebas de que los musulmanes estadounidenses, en general, están mejor integrados y apoyan más al Estado en el que viven que la mayoría de sus homólogos europeos. Los motivos son varios, pero uno de los más importantes es la tradición de la libertad de expresión y de religión contenida en la Primera Enmienda, y que ahora es objeto de debate a unas cuantas manzanas de la zona cero (no, insisto, en la zona cero propiamente dicha). Esa gran tradición, que Scott, el portero de New York Dolls, parece comprender mejor que Foxman, Gingrich y Reid, dice: esto es Estados Unidos, donde Geller puede despotricar, las stripers pueden contorsionarse, los cristianos, judíos y musulmanes pueden rezar, y Stewart puede reírse de todo ello. Esto es Estados Unidos, donde nadie tiene derecho a que no le ofendan. Por Dios, que no se contagien de nuestra enfermedad europea.
Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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